Enfrentarse a una película como Star Wars: El despertar de la fuerza sin tener en cuenta el componente nostálgico sería dejar de lado el que quizás sea su componente más reseñable. Absolutamente todos los momentos memorables de la película de J.J. Abrams, y hay un buen puñado, tienen algún eco procedente de las seis películas de la saga de La guerra de las galaxias que ideó George Lucas. Por ello esta es la crítica de alguien que ha visionado la película conociendo las claves, disfrutándolas y creyendo entender lo que Abrams y los imprescindibles Lawrence Kasdan y John Williams han entregado.
A estas alturas nadie podrá poner en duda la condición de realizador más que dotado que posee J.J. Abrams, un director con la capacidad de manejar los hilos de un monstruo cultural sabiendo a quien tiene que contentar. Así, en su acercamiento al mundo de Lucas lo primero que consigue es hacer borrón y cuenta nueva, ignorando el operístico y barroco mundo de los inicios de la historia de Anakin Skywalker. Matando al padre, Abrams mira al joven Lucas para recordarle lo que fue: un enamorado de la aventura y la fantasía con su toque de tragedia shakesperiana pero primando ante todo el clasicismo. Star Wars: El despertar de la fuerza es una película que sobrevivirá al paso del tiempo y a las generaciones, cosa que no ocurre con los episodios del I al III que solo parecen ser entendidos por los niños de hoy en día habituados a los gráficos de la PlayStation, con lo que no se produce ningún desfase visual.
Lo mínimo se podía esperar de Abrams es que entregase una película entretenida y bien que lo hace: Star Wars: El despertar de la fuerza es un carrusel de escenas emocionantes con solo un par de tiempos muertos en los que los personajes perfilan sus roles del mismo modo que lo hacen en las escenas de acción. Modélica en este sentido es la secuencia del primer encuentro entre Rey y Finn que sitúa a ambos en la historia a la vez que nos ofrece unas pinceladas sobre sus psicologías, es decir, la acción para definir los caracteres.
La participación de Lawrence Kasdan en el guión siempre quedará como algo misterioso: ¿de quién habrá sido la idea de que Star Wars: El despertar de la fuerza siga tan al pie de la letra la historia de la fundadora La guerra de las galaxias? El robot con la clave de la historia, el relato del nacimiento del héroe improbable, la inspiración de una figura paterna… todo parece funcionar como un eco de lo ya contado sin que nos moleste esta continua reverberación. Es el peaje que los guionistas han querido asumir de cara a que la película funcione como un extraño y agradable déjà vu, una montaña rusa de la nostalgia donde John Williams tiene mucho que decir: sus temas más reconocibles sirven para que el reencuentro con Han, Leia, Chewbacca y Luke nos aprieten el corazón cada vez que comienzan a ser intuidos hasta que explotan en nuestra cabeza que los tararea irremediablemente. Por ello, está claro asumir que nada de esto sería posible sin Williams. Ni Lucas ni Abrams ni nadie más. El corazón emocional de Star Wars: El despertar de la fuerza reside en Williams, aunque no sea capaz de entregar nada nuevo reseñable que echarnos al oído mientras que su música suena en todo momento.
Hablando de Williams, conviene señalar igualmente que el hecho de que el malo no tenga un tema memorable, más allá de los ecos de la marcha imperial, nos devuelve a la trilogía original: Darth Vader era un personaje secundario que no obtuvo real protagonismo hasta El imperio contraataca. Aquí, Kylo Ren entiende que es la sombra de un icono, tanto en la ficción cinematográfica como en la realidad cultural. Abrams y Kasdan se adelantan y le dan justamente este conflicto al personaje: la asunción de ser solo un pálido reflejo del que tal vez fue el ser más relevante de la galaxia, Darth Vader. Este continuo juego de la mitología dentro de la historia lleva a los personajes a hablar del desaparecido Luke Skywalker como un ser del que no se sabe bien si existió, convirtiéndolos así en una especie de espectadores activos de una historia que ocurrió hace mucho mucho tiempo.
Pero que toda esta divagación sobre la condición de artefacto nostálgico que presenta Star Wars: El despertar de la fuerza no nos distraiga de lo importante: la película de J.J. Abrams no podrá decepcionar a nadie que espere ver una película soberbiamente ejecutada. La emoción de la que hablaba antes está perfectamente conjuntada con la espectacularidad esperada y con una humanidad que siempre está como foco. Las incorporaciones de Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver y Oscar Isaac solo nos dejan con ganas de más. Con ganas de saber qué será de estos personajes en futuras entregas. El reto recae ahora en Rian Johnson, encargado del guión y dirección del Episodio VIII, que mucho más que Star Wars: El despertar de la fuerza tendrá la responsabilidad de llevarnos a sitios que no hayamos visto antes. La gracia nostálgica solo se hace una vez.
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