La escuela pública en Francia es una institución heredera de la Revolución y pilar de la democracia. Por eso, en la entrada de todas las escuelas francesas figura el lema “Liberté, égalité, fraternité” debajo de la bandera tricolor: esto siempre impresiona cuando lo ves in situ. Y más en los últimos tiempos, cuando la apelación a esos valores esenciales al talante democrático resulta sospechosa, denostados como están esos ideales básicos que nos construyen como sociedad no ya por la ultraderecha xenófoba, sino por el propio capitalismo elitista.
El cine sobre la escuela pública en Francia está en las antípodas de los internados británicos o de la costa Este norteamericana para adolescentes ricos aunque con muchos problemas. El cine francés ha abundado en una mirada cercana, empática, que observa las aulas como microcosmos que refleja las diferencias y tensiones sociales y, al mismo tiempo, como lugar de oportunidades para la superación de esas diferencias y de toda forma de marginación. Me refiero a películas como Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999) y las dos obras del comprometido Laurent Cantet La clase (2008) y El taller de escritura (2018). También hay piezas desdramatizadas, como el emocionante documental Ser y tener (Nicholas Philibert, 2002) que refleja el valor de la escuela.
Francia siempre ha querido ser un país de refugio y su antigua condición de potencia colonial en el norte de África, el sudeste asiático y el Caribe —donde todavía hay territorios de la Francia de ultramar— sumada a las migraciones de las últimas décadas, explican el porcentaje importante de franceses de origen magrebí, subsahariano o centroamericano. La integración social sigue siendo un reto, pues los barrios pobres convertidos en ghettos, el clasismo y el racismo están ahí. Ese es el espacio social de Los profesores de Saint Denis, que hace referencia al distrito al norte de la capital parisina donde se ubica la catedral considerada fundacional del arte gótico y, sobre todo, una población joven en busca de su identidad, que se siente rechazada o con pocas oportunidades. Viene a ser el mismo espacio del instituto de La clase.
En una primera apreciación, Los profesores de Saint Denis no dice nada que no sepamos; pero si profundizamos un poco apreciamos al menos dos novedades. Una tiene que ver con la ternura y comprensión hacia los conflictos y la forma de ser y estar de los adolescentes, con sus provocaciones y conductas asociales. No hay un retrato tópico de los “delincuentes juveniles” en potencia o en acto; ni tampoco se quieren buscar lógicas explicativas lineales a los comportamientos de esas chicas y chicos que faltan a clase, trapichean con hachís, engañan por sistema, desprecian a los profesores, se insultan entre ellos, etc. En el fondo, se viene a decir, son pobre gente; pobre gente pobre, en realidad. Y aquí tiene sentido el postulado de Sócrates de que «quien no hace el bien es porque no lo conoce», que siempre me pareció muy ingenuo, pero que tiene sentido si lo traducimos como «quien no hace el bien es porque no sabe lo que le conviene», que es lo que les sucede a estos adolescentes.
La otra novedad está en los educadores; cierto que hay una heroína, la joven Samia —Zita Hanrot, espléndida estudiante en Fatima (2015), donde también se habla de las oportunidades de progreso social para los inmigrantes— pero junto a ella están profesores con nula mano izquierda o con escasa empatía y hasta educadores que juegan a reírse de los chicos, hacer chistes a todas horas o, lo que resulta casi inverosímil por escandaloso, alentar la tentación del dinero fácil que les convierta en carne de cañón.
Al final, Los profesores de Saint Denis resulta una película honrada, hecha desde dentro del propio barrio por dos raperos-cineastas, que muestra situaciones complicadas y contradictorias, con conflictos que no son fáciles de entender ni de solucionar. No hay mucha novedad, pero se agradece la apuesta por una escuela pública republicana que es el ¿único? mecanismo de cohesión social en una sociedad donde la condición multicultural tiene que lograrse atajando las bolsas de pobreza y marginación.