Hace dos años en el Festival de Málaga pudimos asistir a uno de esos momentos sorpresa que, junto con El mundo es nuestro, marcó la edición número quince. El debut de Paco León en la dirección con Carmina o revienta supuso un gran golpe de ingenio no sólo en lo púramente cinematográfico sino en la forma de dar al público una obra que nacía de la autoproducción. Ahora León presenta la continuación, Carmina y amén, con la noticia, decepcionante para muchos, de que se retrocederá en el camino andado de la distribución pionera. Es lo que pasa cuando el sistema absorbe al disidente y lo convence con dinero de que sin él no puede ser nada en este mundo.
Carmina y amén recoge a los mismos personajes que sustentaban la primera obra: Carmina Barros y María León se enfrentan a la muerte de su padre decidiendo posponer un par de días el aviso a urgencias para cobrar una paga extra. El escueto andamiaje argumental sirve para que volvamos a ver a Carmina como esa fuerza de la naturaleza, deslenguada y chabacana que tantas risas produce al personal.
Si en la primera parte León disponía una realización cercana al falso documental ahora ya se decanta por la ficción pura y dura, hecho que daña mucha de la originalidad de la propuesta. Ahora estamos ante muchos de los mismo chistes de la primera que terminan haciendo más gracia por acumulación y el sincero desparpajo de la protagonista.
Carmina y Amén funciona mucho mejor cuando quiere ser íntima y sociológica que cuando se decanta por la comedia y la más absoluta ordinariez. Hay realmente en Paco León un cineasta con personalidad y buen hacer, que estoy seguro que nos dará alguna gran película cuando modere su discurso excesivamente soez y se centre en algo más pausado e íntimo. Tiene Carmina y Amén ramalazos de muy buen cine, que toca la fibra sensible, para a continuación soltarte una ventosidad en la cara. A un servidor no lo convence esta mezcla, aunque entiende que sea lo que se espera de Carmina.
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