Un director de cine que se acuesta con su actriz principal. Una actriz que no sabe quién es Monica Vitti ni Antonioni. Una implacable productora que no se fía de las mentiras de su director.
A través de una serie de secuencias en planos fijos (no más largos que los 11 minutos que dura un rollo de película) los actores principales (el director y su actriz casi siempre) van hablando del rodaje en el que están inmersos y que nunca contemplaremos. A primera vista, la película es austera, seca, tonta e insignificante. Estos interesados amantes ensayan una y otra vez una escena absurda del film, comen sin parar y conducen del set a la alcoba en diferentes ocasiones. Si escudriñamos un poco más en las conversaciones y acciones aparecen planteamientos un poco más atractivos (alguna charla sobre el cine digital versus cine en celuloide, la forma en que los personajes comen o como afrontan su relación clandestina y con fecha de caducidad).
El gran problema es que estas personas que deambulan por Bucarest son bastante antipáticas, poco atractivas y algo aburridas, no dan ganas de ver la película de la que discuten. Si una superficie mucho más fascinante y con gancho hubiese acompañado a estas reflexiones del cine dentro del cine yo me hubiese entregado mucho más .