Siempre me ha llamado la atención aquellos trabajos donde su actor principal viene de hacer algo completamente distinto. Por eso cuando se estrenó hace poco The Discovery en Netflix, con Jason Segel a la cabeza – el Marshall de Cómo conocí a vuestra madre– llamó la atención que su papel sea el de hombre perdido en la vida que culpa a su padre de todos sus males, alejado de querer enseñar su trasero en algún momento de la película.
Pero The Discovery es intensidad. Y si fuera un color sería azul. El azul lo acapara todo. Desde la interpretación de Segel, Rooney Mara y Robert Redford, hasta todos y cada unos de los rincones de esta película que pretende salir airosa del planteamiento filosófico que propone. Estoy convencido que de aquí a algún tiempo se convertirá en una modesta cinta de culto, ya sea por su tratamiento de la fotografía, el color e iluminación – que nos retrotrae al cine independiente europeo, alejándonos de esas películas indies americanas empeñadas en mostrar tres millones de tonalidades del color marrón- o por el que propone: la vida después de la muerte.
Lejos de ser un panfleto paracristiano, se convierte en una historia de amor por la vida y por esa tozudez humana de enmendar los errores que comete, buscando cambiar el espacio-tiempo. Aunque en The Discovery se mezclen elementos de ciencia ficción, no estamos ante una película de viajes en el tiempo, sino de rebasar los límites de la vida con elementos científicos y éticos, que consiguen que nos perdamos alguna que otra vez. Como también consigue que nos despistemos, el hecho de que ese descubrimiento de la vida más allá de la vida, conciencie a toda la población para suicidarse, pero hay que comprender que aunque hay ciertas cosas que chirríen en la normalidad cinematográfica, se deben dar para que toda ese narrativa llegue a algún puerto.
Esta película pequeña debe verse como lo que es, un acercamiento intelectual a la eterna duda que plantean todas las religiones, pero desde el acercamiento del amor, como plantean todas las religiones.