En una inexplicable decisión de la distribuidora, esta semana se estrena en los cines españoles The Crucifixion en lugar de la última entrega de Saw. No sólo parece que haya cero interés en rascar espectadores gracias a la cada vez más popular en nuestros lares festividad de Halloween, sino que puestos a estrenar una de estas dos películas para aprovechar el filón aun con algo de retraso, han escogido la opción menos comercial.
Pataletas aparte, vamos al lío. Basada en el hecho real del infame exorcismo en Tanacu, tratado con el mismo rigor científico que las películas de Expediente Warren, The Crucifixion es una insulsa película de terror que pese a no caer nunca en el ridículo sí que falla a la hora de construir una atmósfera verdaderamente terrorífica.
El factor miedete se reduce en su mayoría a unas escenas que suceden en flashbacks y con voz en off de fondo, por lo que nunca llegamos a tener una oportunidad real de aterrarnos o asquearnos con ellas. Y las pocas que suceden en la actualidad resultan de lo más descafeinadas. No sólo los sustos son escasos y flojos, sino que además los que hay se repiten entre sí. Tampoco hay ningún amago por parte de sus guionistas de introducir algo de terror psicológico. Y aquí casi que me alegro, porque por mucho que Sophie Cookson intente poner de su parte los personajes nos importan entre cero y nada.
Hay que decir que, gracias a su corta duración, al menos no nos aburriremos en ningún momento. Lo malo es que tampoco tendremos la sensación de estar especialmente entretenidos. El desarrollo es rutinario y repetitivo. Exceptuando algún plano resultón de la mano del director Xavier Gens, en su mayor parte parece rodada con más desgana y menos alma que Ocho apellidos vascos. Da la impresión de que sus dos primeros actos sirven para construir un clímax final que en realidad nunca llega porque se quedarían sin presupuesto a medio rodaje o algo por el estilo. Lo peor que puedo decir es que si no llego a saber que se ha estrenado en cines, pensaría que se trata del piloto fallido de alguna serie de Amazon que jamás recibió luz verde.
Por suerte, la escasez de medios a veces juega a favor de este género. Llevo tiempo ofendiéndome por culpa del exceso de CGI en películas como It, Alien: Covenant o la secuela de Expediente Warren. Aquí los efectos especiales están mucho mejor llevados, sin tirar de ordenador más allá del gusto del director por los insectos digitales. Y, en su defensa, supongo que de lo contrario le habría costado convencer a cualquier actriz para que se dejase cubrir el potorro de arañas. Así que todo bien.
Pero eso sí, desaprovechar la presencia de Javier Botet —el monstruo por excelencia que te salva cualquier peli por chunga que sea— relegando su aparición a un mísero plano de dos segundos, me parece un delito gravísimo. Exijo pena de prisión para quien sea que tomase esa decisión. O al menos que le prohiban involucrarse en cualquier proyecto cinematográfico de ahora en adelante.
En resumen, The Crucifixion es una película perfecta para hacer zapping los domingos por la tarde cuando la emitan en Cuatro. No puedo decir que me arrepienta de haberla visto ni nada por el estilo, en peores plazas hemos toreado y pagando, pero si me hubiera pasado 90 minutos delante de la lavadora tampoco habría notado mucha diferencia.