No hay sexualidad en el baile georgiano. No hay tampoco lugar para la individualidad, ni para la debilidad. Hay tradición, hay orgullo por la patria. Y nada más. Eso lleva Merab, nuestro protagonista, aprendiendo toda su vida. Todos sus años de entrenamiento han sido dedicados a tratar de transmitir la fuerza y monumentalidad de un país que no le permitirá ser quien es. Irakli, un nuevo bailarín, se convertirá en su rival para formar parte del Elenco Nacional Georgiano, pero poco a poco desarrollarán una relación romántica a escondidas. En Solo nos queda bailar, volvemos a visitar los tópicos de una larga lista de películas LGTB que muestran la represión de la sociedad hacia el colectivo.
Aquí en España tuvimos Carmen y Lola, en el contexto de la cultura gitana; y también son inevitables las comparaciones con películas como Moonlight o Call Me By Your Name. Este tipo de películas, aunque quizás puedan llegar a dar una visión demasiado dramática, siguen siendo necesarias para la representación LGBT, especialmente en algunas culturas. Es cierto que esta, la versión georgiana del género (aunque la producción es sueca), bebe mucho de la influencia de películas anteriores, pero el contexto de la danza tradicional georgiana le añade, no solo a nivel estético sino temático, un nuevo matiz a esta historia que parecemos haber visto antes.
El ruido de los tambores, los golpes y los movimientos rápidos nos sitúan en esta sociedad cerrada y tradicional, nos explica sus expectativas de masculinidad. En un contrapunto a esta música, oímos en varias ocasiones otras piezas que parecen fuera de lugar pero que, de alguna manera, también cuadran a la perfección en sus respectivas escenas y crean una sensación de euforia y liberación. Hay una escena en la que suena “Honey” de Robyn que resulta particularmente cautivadora. En general, su elección de banda sonora es reseñable, y junto con los planos secuencia, su cuidada y cálida fotografía, y las interpretaciones de sus protagonistas, ayudan a que su trama quizás no tan original tenga un precioso toque personal.
La danza georgiana es estoica, firme, poderosa. La situación vulnerable de Merab y su interés romántico está en conflicto con estos ideales. A medida que su relación va desarrollándose de forma orgánica, Merab se descubre a sí mismo, pero su pasión por el baile no se ve disminuida. Simplemente, encuentra obstáculos para sentirse cómodo en ese contexto. Ya no le representa, ya no puede meterse en el papel. Está inestable. Hasta que, en la catártica escena final consigue deshacerse de las limitaciones de la tradición y por fin, bailar en libertad.
1 comment
Vista en la pasada edición de la SEMINCI. Si bien es cierto que no escapa del cliché desde el primer minuto, se agradece la ambientación dentro de la danza georgiana que hace que la dote de personalidad. Lamentablemente su estreno en su país se vió envuelto en disturbios.