C’est L’amour
La última propuesta del director Paul Vecchiali (del que el SEFF 2015 muestra una retrospectiva de su carrera) parece moverse por una máxima absoluta y firme del octogenario realizador: hago lo que me da la realísima gana. Da igual si la factura de esta comedieta es cutre, si a veces huele a rancio, si los actores no son especialmente dotados o si la carencia de medios es más que visible. En C’est L’amour lo importante es destapar como el amor no se deja encasillar y toma formas inesperadas, ilógicas y descabelladas. Y es que, aunque en algún momento bordee lo ridículo y lo maltrecho, son los destellos de espontaneidad, frescura e ingenio los que estabilizan y dan un soplo pop y trash al conjunto.
Under Electric Clouds
Dos largas horas retratando a una Rusia futurista, apocalíptica y desalentadora pueden deprimir a cualquiera. Parece que no hay ni el más mínimo resquicio de esperanza ni escape en esta alegoría filosófica y surrealista que el director Alexei German se afana por subrayar en los 8 capítulos que divide su ambiciosa reflexión sobre la deriva de un pueblo. Dentro de este sueño nublado, denso y desmoralizador (bajo la sombra del mismísimo Angelopoulos) hay lugar para pequeños y efímeros rayos de belleza y grandiosidad, pero también lugar para alguna cabezada, algún WTF y alguna sonrisilla nerviosa.
Amor tóxico
Tras dirigir Faraday, Norberto Ramos del Val vuelve a reincidir en el terreno de la comedia perturbada y demente. En esta ocasión, es la cita (destastrosa) a ciegas entre Toni (Eduardo Ferrés) e Irene (Ann Perelló) el leitmotiv esta especie de Jo, qué noche en torno a los disparatados rituales amatorios y la artillería pesada de dos jóvenes en un bizarro cortejo. Todo el peso de Amor Tóxico recae en dos actores que transpiran química y naturalidad, y que defienden un guión centrado casi exclusivamente en una extravagante conversación y que por momentos llega a extenuar pero que se hace más divertido mientras más loco, marciano e imprevisible.
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