Muerte en el Nilo

Muerte en el Nilo, helado al corte

Hércules Poirot lleva visitándonos en el cine desde hace casi cien años. Más concretamente, desde 1931, en Alibi, una película basada en una obra de teatro basada en la novela El asesinato de Roger Ackroyd, de, por supuesto, Agatha Christie. Fue alrededor de esa época cuando se instauró el concepto de whodunit, que no solo ha sobrevivido hasta nuestros días, sino que gracias a películas como Puñales por la espalda está más vivo que nunca. Albert Finney (que fue nominado al Óscar), Peter Ustinov, Hugh Laurie (en, eh, Spiceworld), Alfred Molina y John Malkovich son solo algunos de los nombres que han llevado a la pantalla al detective de los detectives. El último en sumarse a la lista es Kenneth Branagh, que después de la excesivamente literal Asesinato en el Orient Express, ahora estrena Muerte en el Nilo, una película que comparte gran parte de los errores de su antecesora pero lo compensa con aciertos sólidos. 

Muerte en el Nilo

Hay un problema básico con el Poirot de Branagh: la trama y los personajes van muy rápido y discurren continuamente, pero la dirección prefiere escoger unos planos y un ritmo más clásico: salvando los efectos visuales, Muerte en el Nilo podría ser una película de los años 50. El montaje es mucho más sosegado de lo que pide la producción y es tan formulaica que no hay nada que demuestre que está dirigida por alguien con décadas de experiencia en lugar de por un recién llegado. Pero claro, si el Orient Express recaudó seis veces lo que costó, ¿cuál era la opción? ¿No hacerla?

Muerte en el Nilo ha costado el doble que la película anterior, pero no se nota: más allá del espectacular casting y de una escena en Abu Simbel a caballo entre la espectacularidad y el corchopán, el resto de la película sucede en un barco, sin grandes filigranas técnicas ni nada que, en realidad, la separe técnicamente de su precuela. No luce. Eso sí, vaya reparto: el propio Branagh encabeza a Anette Bening, Russell Brand, Gal Gadot… Y, en un giro inesperado de la mala suerte, a dos de los actores más polémicos de los últimos años: Armie Hammer (cuya carrera se ha puesto en pausa después de que se supiera de sus inclinaciones caníbales) y Letitia Wright (poco imaginaba Branagh que tenía una antivacunas en el equipo). Lo primero que hace Armie Hammer en pantalla es hacer como que muerde el cuello de su pareja, y nadie, en estos años que la película ha estado en una balda, ha dicho “Mejor quita este plano”. 

Sería injusto desdeñar esta película por su polémico reparto, cuando realmente su gran fallo es ser demasiado estirada. Lo que podría ser un gran postre con mil sabores, texturas, bengalas, banderitas y diversión es un corte de helado de tres sabores. Lo has probado, sabes que está rico, pero también que es lo mismo que comían tus padres y que no le han dado ni media vuelta. Muerte en el Nilo es ese helado: se aleja del espectáculo y, cuando llega el momento de mostrarlo, no sabe hacerlo bien. Eso no significa que la película sea mala, ni mucho menos. Su gran acierto es el propio Poirot, que sale de su anquilosamiento como un personaje más complejo, con sentimientos y que evoluciona respecto al solucionador de misterios infalible añadiendo unas gotas de búsqueda de amor y de un pasado turbulento. Quizá esas escenas del proto-Poirot son, de hecho, las más espectaculares y arriesgadas. 

Muerte en el Nilo

El –presumiblemente- último acercamiento al cine de Poirot por Kenneth Branagh guarda demasiada pleitesía a la novela original. Si has leído la obra maestra de Agatha Christie, aquí no hay nada que te pueda sorprender: del inicio al final, la película renuncia a la novedad en favor de una literalidad tan vieja escuela y tan anacrónica que conquistará a algunos pero ahuyentará a la mayoría. Es como si la propia película no quisiera aceptar que se rueda 85 años después del lanzamiento de la novela. Sí, los giros son potentes, la resolución del asesinato fabulosa y si nunca has tenido contacto con el material original aquí hay espacio para que hagas tus cábalas, pero ni sorprende, ni tiene ningún deseo de hacerlo. 

Aunque es ligeramente mejor que Asesinato en el Orient Express gracias a la tridimensionalidad de Poirot y a lo bien que está recreado el interior de Egipto (por momentos uno puede dudar de si han rodado realmente en el país en lugar de en un decorado de Londres), la película pierde fuelle apoyada en una narrativa absolutamente anacrónica. Para cuando llegamos a la resolución final, lo más probable es que estemos cansados y sin emoción en el cuerpo.

¿Sinceramente? Ojalá Branagh hubiera aprendido algo de Benoit Blanc y Puñales por la espalda.

Muerte en el Nilo (Kenneth Branagh, 2022) ⭐️⭐️⭐️

Muerte en el Nilo

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