A estas alturas no cabe duda que Marvel ha situado la vara de medir las películas de superhéroes en una posición complicada. Tras un 2014 que puede ser considerado el mejor año de la historia de Marvel, con dos trallazos como fueron Capitán América: Soldado de invierno y Guardianes de la galaxia, las expectativas, esas malas consejeras, estaban por las nubes con el evento definitivo que es Los Vengadores: La era de Ultrón. La diferencia estriba en que no esperábamos demasiado de las películas de los hermanos Russo y James Gunn, es decir, nunca nos hubiésemos imaginado antes de entrar en la sala que serían tan grandes. Pero Los Vengadores son otra cosa. Son la punta de lanza de la marca Marvel y Joss Whedon demostró con la primera parte que la estrategia de Marvel aspiraba a hacer cosas muy grandes. En cierto modo, nos encontramos en una situación similar a la que se produjo con El caballero oscuro: La leyenda renace, por comparación con su predecesora siempre saldrá perdiendo por muchas razones: nuestra inocencia ante todo no estaba preparada y ahora ya vamos al cine con la predisposición de que si no se supera el listón nos encontramos en el terreno de la decepción.
Los Vengadores: La era de Ultrón aspira y consigue ser más que Los Vengadores: más personajes, más espectáculo y, sobre todo, más drama. Por fortuna, Whedon no olvida el humor: la inocencia del Capitán América, afectada por las palabrotas de sus compañeros y el martillo de Thor centran las coñas en un juego donde Tony Stark sale perdiendo. Ya vimos en Iron Man 3 que el personaje interpretado por Robert Downey Jr. se estaba agriando y aquí el hecho de ser directo responsable de la creación de Ultrón le da poco margen para hacerse el gracioso.
Así, dentro de la maquinaria Marvel, Los Vengadores: La era de Ultrón sienta las bases para lo que serán algunas de sus próximas películas: el duo Steve Rogers-Tony Stark comienza un enfrentamiento dialéctico que culminará en Captain America: Civil War (2016); las visiones y preocupaciones de Thor tendrán su resolución en Thor: Ragnarok (2017); el viaje a la nación africana Wakanda adelanta la historia de Black Panther (2018); el tema de los enhanced ya está teniendo su seguimiento en Marvel’s Agents of SHIELD y nos llevará a Inhumans (2019); y, por supuesto, las omnipresentes Gemas del Infinito que nos conducirán a las Infinity Wars (2018-2019). Así resulta que Los Vengadores: La era de Ultrón se dedica a abrir frentes que de forma consciente no cierra. ¿Una película de transición? Pues sí. Aunque en el fondo todas las obras de Marvel se pueden catalogar como tal sin que esto resulte negativo. La consideración de todas ellas como causa y efecto al mismo tiempo no hace más que consolidar la compleja red de historias que cada vez más se está produciendo y que, indudablemente, nos llevará a un reboot, cosa habitual en los comics, en algún momento.
Toda esta amalgama de historias de personajes con futuro, más las que se plantean de forma extensa con personajes secundarios que no aspiran a tener película propia (Ojo de Halcón y Viuda Negra, sobre todo), reducen al pobre Ultrón a ser un mero comparsa que solo sirve para liarla parda y mantener (des)unidos a nuestros héroes. Ni siquiera la carismática voz de James Spader hace parecer amenazante a Ultrón, que acaba siendo un niño caprichoso con poco tiempo para exponer sus conflictos que atienden más a un cabreo mal gestionado. Marvel debería hacerse mirar el poco cariño que pone a sus villanos, porque más allá del Loki de Tom Hiddelston hay que reconocer que la plantilla de enemigos de los superhéroes deja mucho que desear.
Pero claro, aquí la mayoría va a por el espectáculo y no atiende (ni tiene por qué) a temas de arcos de personajes y demás menudencias narrativas. Los Vengadores: La era de Ultrón ofrece todo lo que se espera de ella y mucho más: peleas, destrucción y demás parafernalia atronadora es servida por Whedon con muchos más medios que en la primera, aunque sin esos punchlines finales que tanto agradaron a todos los públicos, pero que aquí hubiesen resultado en repetición de fórmula. Donde sí acierta Whedon es en poner, aunque sea de forma parcial, el foco en las consecuencias destructivas de Ultrón y el empeño de todos los personajes por salvar a las víctimas y prestar atención a los daños colaterales de sus acciones: tras múltiples blockbusters donde la destrucción no tenía más consecuencia que unos cuantos edificios arramblados es de agradecer que se mire a todos esos humanos que corren por salvar la vida y, ante todo, comprobar que los héroes están ahí para arreglar el tema y no empeorarlo.
Digámoslo ya, Los Vengadores: La era de Ultrón no llega a la altura de Los Vengadores, sin que esto sea algo que descalifique a la película de Whedon al ostracismo. En ese empeño por ser más todo Los vengadores: La era de Ultrón se atrofia y, en ciertos momentos, le cuesta fluir, dejando algunos frentes muy cojos: la incomprensible historia paralela de Thor o el poco desarrollo de los hermanos Maximoff dan credibilidad a los rumores que atestiguaban que Whedon entregó un corte de casi tres horas que tuvo que ser podado para atender a las exigencias de Marvel. Unas exigencias que parecen estar pasando factura a su relación con los directores, con Edgar Wright abandonando Ant-Man y Joss Whedon declarando que se baja del barco de las Infinity Wars. Pero no nos pongamos agrios: Los Vengadores: La era de Ultrón funciona por sus personajes llenos de carisma e ingenio, con una frase ocurrente siempre a punto, y el continuo tira y afloja, dialéctico y físico, entre ellos. Ahora solo falta que se peleen con un rival a la altura y luchen menos entre ellos. Todo esto después de una guerra civil, claro.
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