Ser idealista en tiempos de idealistas puede ser peligroso. Zunaira y Mohsen quieren enseñar historia, arte y libertad cuando las escuelas están prohibidas por un ideal, el de la Sharía. La Kabul talibán es una distopía con la tragedia añadida de ser real. En ella, quienes habitan las maltrechas calles apagadas no por la guerra sino por los ideales o bien refuerzan los suyos o bien sucumben. En Kabul no esta permitida la risa, ni el cine, ni la música. En Kabul las mujeres son iguales, apenas una tela azul que por arte de marido deambulan por las calles. En Kabul las golondrinas son las únicas criaturas libres. Zabou Breitman y Eléa Gobbe-Mevellec adaptan la obra del escritor Mohammed Moulessehoul – más conocido por su seudónimo Yasmina Khadra, nombre que toma prestado de su mujer – Las golondrinas de Kabul, una historia fundada en otras muchas que ya conocemos, ideales pero veraces.
Escuché a alguien decir que esta película es bonita. Ya sabéis qué opino de ese término: es simple y sencillo, reducido. Las golondrinas de Kabul es bonita porque cuesta sacar un adjetivo mejor. Más allá de su animación, una suerte de acuarelas en contadas ocasiones hacen gala de su potencial pero que siempre destaca por la sencillez de sus trazos y colores, la adaptación francesa va al grano sin reparar en sutilezas. Los personajes carecen de sombras que den relieve a su evolución, la planitud en lo que Zabou y Eléa nos cuenta no deja espacio para que el espectador saque conclusiones nuevas. No hay novedad en esta historia, de ningún tipo. Sencillo, limpio, bonito. Casi 20 años han pasado desde la publicación de la novela y multitud de historias alrededor del mundo emulan la de Atiq, Zunaira y Mohsen con mayor interés. Lo que podría ser perfectamente una historia real pierde su veracidad al desproveerla de elementos superfluos que hagan destacar. La depuración es su mejor y peor baza, un relato tan elemental que resulta posible e increíble al mismo tiempo.
Bajo esta bonita sencillez, sin embargo, se entretejen ideas esenciales como el amor, la convivencia, la fe o la duda. Desde el extremo, desde lo concreto, las directoras francesas logran universalizar su mensaje. Que la saturación de imágenes e historias a la que nos hemos acostumbrados, los mismos ideales que nos identifican y nos repelen cambien de apariencia y lugar, la distancia de lugar y tiempo nos distraiga de la esencia de esta obra, trascendente a todo lo demás, es algo que debemos evitar para así valorar una película sincera, sencilla, veraz y bonita.
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