La Venus de las pieles, y dios creó a Emmanuelle Seigner

Reconozco que La Venus de las pieles me ha cogido totalmente desprevenido. En primer lugar por ir al cine sin tener decidida qué película ver y convencerme justo a la entrada de que la nueva de Polanski podría estar bien para una tarde lluviosa. Después por encontrarme en un cine totalmente lleno que me hace preguntarme si no me he equivocado y si es esta la sala correcta (ah, que es un miércoles de cine a precios populares). Y por último, y aquí al fin por motivos meramente cinematográficos, sorprendido por quedarme atrapado en la butaca y tener la sensación continua de estar viendo algo grande.

Percibo cierta impresión de que esta vuelta del director polaco a la adaptación de una obra teatral y a un formato reducido con solo dos actores hace que la propuesta vaya bastante de puntillas, sin hacer demasiado ruido. Ni siquiera su paso por el Festival de Cannes parece que generase grandes elogios y palmas, al menos yo no lo recuerdo. Y comparado con otro octogenario y aclamado director como es Woody Allen, una película tan mediocre como Blue Jasmine ha suscitado más entusiasmo. Y por todo ello, hay un eco que resuena de vete a saber dónde que repite una y otra vez: obra menor, obra menor, obra menor… Pues no puedo yo estar más en desacuerdo: Obra Mayor.

la venus de las pieles

Un director teatral (Mathieu Amalric) se dispone a marcharse a su casa después de una frustrada jornada de búsqueda de una actriz para una obra que está preparando. Cuando está a punto de abandonar el teatro aparece una rezagada candidata (Emmanuelle Seigner) que suplica hacer la prueba, pero sus aires de mujer vulgar y bastante ordinaria no hacen presagiar al director la inesperada metamorfosis de esta misteriosa mujer.

La novela de Sacher-Masoch (de cuyo apellido se extrae la palabra masoquismo) sirve al dramaturgo David Ives para poner en pie este cara a cara entre un director y una actriz que miden sus fuerzas a través del libreto y las bambalinas de un desvencijado teatro. A Polanski se le debió encender de inmediato una bombillita al manejar un material tan jugoso: sumisión sexual, amos y esclavos, instintos, pulsiones, arte, teatro. Y ya se volvería loco al imaginar a su propia esposa (sí, la Seigner es su señora) como protagonista y a un Mathieu Amalric (que a mi me recordaba en todo momento a un joven Roman) haciendo las réplicas. El juego entre ficción y realidad está servido.

la venus de las pieles

Lo interesante de esta ensoñación húmeda es que Polanski no se limita a plantar la cámara y registrar el grueso del diálogo sobre el que se sustenta la ficción. Desde el plano secuencia inicial bajo la lluvia de las calles de París, a la presentación del personaje femenino, el juego de luces, planos y aprovechamiento máximo de los limitados recursos que le ofrecen los pocos elementos del escenario único, dan buena cuenta del gran trabajo de dirección que hay en esta vuelta de tuerca sobre un tema tan recurrente para el director de Lunas de Hiel como es la guerra de sexos. Si a esto unimos a dos actores que lo dan todo (la señora Polanski en el papel de su vida), la socarrona música de Alexandre Desplat y una aroma persistente a clasicazo, uno se queda tranquilo sabiendo que la historia reservará y preservará el sitio que se merece tanto en la filmografía del autor de La semilla del diablo como en la del cine en general.

Entre idas y venidas de diálogos a realidad, de ficción a fantasía, de sometedor a sometido uno no puede evitar reírse (incluso a carcajadas) con esta sátira burlona que pervierte y revierte los estereotipos macho-hembra al mismo tiempo que inquieta y seduce con grandes pinceladas de inteligencia, bajas pasiones, humor enfermizo y desenlace místico.

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