Steven Soderbergh es sin duda un maestro del cine de entretenimiento popular en sí mismo. Historias de personas corrientes con problemas comunes que, en cierto momento de crisis, el azar las une con un tipo raro, con afán de líder, que necesita exactamente lo mismo que ellos: emprender una torpe y desastrosa aventura que cambie sus destinos. En La suerte de los Logan, la realidad que viven los protagonistas es un estupendo relato del dichoso concepto loser que habita en la mente colectiva de West Virginia. Un lugar de cultura trumpiana, pequeñas miss sunshines, rodeos, ferias y competiciones de comida, en la que los hermanos Logan conviven con cierta agradable resignación.
Precisamente por ser unos cándidos losers, les amaremos rápidamente y no les dejaremos en paz hasta que logren su objetivo. Sin duda, el trazado de personajes como estos es la clave para conseguir un entretenimiento que tira directamente de nuestros corazones. El ingenio del guión, las eficientemente hermosas composiciones y el tempo de La suerte de los Logan, son inmejorables facilitadores para lograr un divertidísimo enganche que está fundamentalmente basado en la compasión por los protagonistas. Son buenas personas, de clase obrera y, además, todos cuentan con algún tipo de hándicap que les hace aparentemente más vulnerables. Clyde Logan (Adam Driver) perdió un brazo batallando en la guerra de Irak, y su hermano Jimmy (Channing Tatum) es recién despedido de su trabajo como constructor por una minusvalía. Así es como explica Clyde, la llamada “suerte de los Logan”: según él, su mala fortuna es una especie de maldición familiar congénita, y no hay nada que ellos puedan hacer para cambiarla.
Con este arsenal de universo White Trash, ternura y humor ácido y popular (pero muy elegante), Steven Soderbergh sobrepasa unas expectativas que nunca llegó ni siquiera a plantear, tras anunciar cinco años atrás su retirada definitiva del cine, pese a que muchos no le creímos del todo. Y menos mal que ha vuelto, y nos ha regalado otra remarcable pieza del heist comedy en la que, esta vez, lo más importante no es lo intrincado y retorcido del proceso (con esas célebres casualidades tan propias del género), sino unos personajes honestos que nos hablan desde esa calidez tan propia de los aparentemente débiles, los vulnerados, los excluidos. Unos losers tan divertidos y con un corazón tan grande que les otorgaremos toda la licencia moral para convertirse en criminales. Lo mejor, probablemente, es el trabajo en equipo de Adam Driver, Channing Tatum y Riley Keough, donde se palpa realmente la esencia de la película, la que me gusta tantísimo y considero una reivindicación consciente del autor (o autora) de esta historia: una cosa muy sencilla que es el amor incondicional, la compasión por quien tenemos al lado, y la indecente esperanza de que todo puede ir bien.
Casualmente, existe cierto misterio respecto a la autoría del guión de La suerte de los Logan, oficialmente firmado por Rebecca Blunt, con algunos rumores sobre este nombre como un posible pseudónimo del propio Soderbergh. En ambos casos, he sentido algo muy parecido a lo que sentí al conocer al personaje de Adam en Girls (también interpretado por Adam Driver). ¿Por qué este hombre es tan maravilloso? Porque está escrito por una mujer.
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