Debo empezar reconociendo que el simpático muñeco Chucky me ha acompañado en varios momentos de mi vida y por ello le tengo especial cariño. La primera película, Muñeco diabólico, en la vi con mi padre en un cine de verano en 1989. No se me ocurre mejor lugar para ver esta película que un cine de verano donde poder reír y gritar a gusto en esa catarsis colectiva que se produce en un espacio abierto. Chucky entró en la historia del cine de terror mediante una película de Serie B muy del gusto de los 80. La segunda y la tercera cayeron en VHS años después y no dejaban de ser las típicas continuaciones que sólo repetían esquemas. Lo bueno vino diez años después, en 1999, con La novia de Chucky, que vi en Gröningen (Paises Bajos) en muy buena compañía (y hasta aquí puedo leer). Obviamente las risas eran las protagonistas en una franquicia que ya había caído en el terreno de la autoparodia más deseable, que culminaría con La semilla de Chucky donde el muñeco llegaba a ser padre y se perdía prácticamente el terror.
Pero todo vuelve al origen en La maldición de Chucky. Sí, Chucky sigue siendo el mismo guasón que tiene que soltar un chistecito antes de mandar a su víctima a criar malvas, pero no hay demasiado atisbo de parodia. El interés radica en realizar una sencilla película de terror con cierto humor negro marca de la casa, y vaya que funciona.
Tampoco es que La maldición de Chucky invente la pólvora pero sí que consigue que pasemos un buen/mal rato con sustos, chistes guarretes y bastante gore. Chucky nunca se anduvo con chiquitas y aquí lo vemos en todo su esplendor cargándose todo lo que se menee, sin importar edades, sexos o estados físicos. Aquí el muñeco se enfrenta a una señorita paralítica y su familia por no se qué del pasado…
Ha sido realmente emocionante reencontrarme con Chucky y ver el mismo desparpajo y buen hacer que siempre demostró Don Macini, alma mater de la franquicia. Y esperaré la séptima entrega, aunque sea en un estreno en DVD, y de cualquier otra de las maneras.
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