La primera vez que vi Knight of Cups acababa de descubrir el cine de Terrence Malick. Yo apenas había visto películas por aquel entonces, pero como cinéfilo incipiente me interesaba todo tipo de cine, y en todo tipo de cine entraban básicamente las películas menos conocidas de mis actores favoritos. Song to song, que se había estrenado justo ese año, me había dejado totalmente descolocado: una película con una electricidad arrebatadora, hipnótica y totalmente diferente a cualquier cosa que yo hubiera visto hasta entonces.
Cuando terminó aquel primer visionado de Knight of cups estaba confuso. ¿Qué acababa de ver? No tenía ni idea de qué iba la historia. Una de las sinopsis que leí sobre la película, que había sido la sinopsis hasta poco antes de su presentación oficial, simplemente contaba que era la historia de un príncipe enviado por su padre a un reino lejano para encontrar una perla, que en el camino bebía una poción y se olvidaba de su padre y de la perla.
Pero la película… no va sobre eso. Al menos, no de forma directa. En la película, Rick es un guionista, vive en Los Ángeles y le seguimos a lo largo de varios capítulos, nombrados según cartas del tarot (a excepción del último, ‘Libertad’); en cada uno se desarrolla su relación con una persona de su entorno, generalmente una nueva pareja, a veces su hermano y su padre.
Pero la película… sigue sin ir de esto enteramente. Knight of cups es una película realmente hermética para cualquier espectador. Creo que debe ser hermética incluso para sus realizadores. Malick es conocido porque, durante la década pasada, en sus rodajes no se contaba con guiones convencionales, sino que se seguían una especie de poemas, y se dejaba gran parte del rodaje al azar (Michael Fassbender, quien coprotagonizó Song to song, declaró que a veces estaba dándolo todo ante la cámara y, al girarse, veía a Malick grabar un escarabajo).
Para mí, Knight of cups, como gran parte del cine de Malick, parece estar vacía porque permite al espectador introducirse en la historia. Una gran cantidad de las reseñas de esta película, como de muchas otras de la época más reciente del cine del director, hacen alusión a lo reflejado que se veía el espectador en el protagonista. Sin embargo, tratándose de protagonistas desdibujados, apenas personajes, lo que Malick ofrece es la posibilidad de suscribir una serie de actitudes, de identificarse con ciertas dolencias, y fuera de esto (es decir, fuera del protagonista de su propia historia), es donde él realiza su cine).
Y es que Knight of cups me ha parecido un brillante ejercicio en la construcción de un protagonista estático. Hace tiempo, después de aquel primer visionado, me referí a él como un personaje deprimido, que exteriorizaba esta condición no a través de su tristeza, sino de una increíble apatía: en uno de los lugares más eléctricos y en ebullición del mundo, una de esas ciudades diseñadas para crear un estímulo constante, la cuna del cine… Christian Bale se siente totalmente ajeno a lo que le rodea.
En su última película, el guionista convertido en director Charlie Kaufman pone en boca de su protagonista la frase “la gente cree que son puntos que se mueven en el tiempo; creo que es al contrario: estamos parados y es el tiempo el que nos atraviesa”. Me llama la atención, que aunque la película de Kaufman esté tan lejos de lo que me interesa personalmente del cine, esa frase haya resonado con tanta fuerza en mi visionado de Knight of cups.
Christian Bale es un personaje a través del cual pasa el tiempo. ¿Qué duración diegética tiene Knight of cups? Podría ser una década; podría ser un año. Hay varias relaciones, muchas mujeres, pero… nada nos promete que el protagonista pase más de unos días con ellas. Todas son importantes en su vida, todas le atraviesan, todas se clavan en su psique, pero ninguna se queda porque son parte de su entorno.
Y aquí creo que llega la tesis principal de Malick en la película: las personas somos seres estáticos en el universo. Es una suerte de antropocentrismo, en tanto que la única experiencia tangible de todo aquello que vivimos está arraigada en nuestra subjetividad. No se trata entonces de que el hombre sea el centro del universo, sino de que el hombre solo puede experimentar todo lo que lo rodea situándose en el centro del universo.
A la hora de plasmar esto en el cine, Malick se apoya en dos pilares inamovibles impulsados por un progreso casi inevitable: la naturaleza y la industria.
La forma en que expone esto en Knight of cups es sublime, bellísima, y también es la raíz de multitud de críticas a esta última tanda de películas dentro de su filmografía. Malick graba a sus personajes, los persigue con la cámara, pero, casi como si hubiese una fuerza mayor que arrastrase la imagen, los planos tienen una tendencia constante a abandonar a sus personajes.
Volvemos a la desafortunadísima frase de Fassbender: es cierto que Malick pasa de sus actores para centrarse en… lo que sea. Escarabajos. Los pájaros. Un edificio. ¡Pero es que son cosas mucho más interesantes! ¡Es el sol! Es toda la vida pasando alrededor de sus personajes, imposible de controlar o de planificar en un rodaje. Cuando Christian Bale se ha reunido con su padre y su hermano, que han vuelto a gritarse e insultarse, y él se recompone alejándose de ellos y mirando los edificios que lo rodena. Cuando Christian Bale se tira al agua vestido y la cámara lo sigue pero rápidamente hace un paneo hacia el cielo para seguir a unas gaviotas, es un movimiento plenamente consciente: no es Malick olvidándose de su personaje, es Malick expresando cómo se siente su personaje a través del mundo que le rodea.
Si el tiempo, la naturaleza, la ciudad, el progreso, si todo esto nos atraviesa en lugar de ser nosotros los que nos desplazamos a través de ello, entonces resulta casi obvio que momentos como esos planos de pájaros, como el escarabajo de Fassbender, como cuando dos personajes están besándose pero se sienten atrapados y Malick apenas les deja un cuarto del plano, son expresiones de los personajes con ese mundo; como latigazos de nuestra conciencia, nuestras emociones, nuestros impulsos sobre el propio entorno que nos rodea, que inevitablemente se nos escapa de las manos y sobre el que no podemos conseguir más que un brevísimo instante de belleza: la luz del sol al atardecer, una sonrisa sincera, el mundo pasando a nuestro alrededor; Knight of cups, como todo el Malick de estos últimos años, es ese mundo, ese entorno que nos rodea, guiñándonos un ojo mientras pasa en un tren que va en la dirección contraria a nosotros.