La labor más propia de alguien que escriba sobre cine, crítica, reseñador o reseñadora, probablemente sea hallar el espacio entre las intenciones autorales y el resultado formal final, y ser capaz de afrontar y matizar este lugar con rigor, respeto y delicadeza. Jaulas, la primera película de Nicolás Pacheco, es un hermoso y complejo paisaje que, del mismo modo que transita llanuras y sequías (más o menos acertadas, pero bien intencionadas), está lleno de accidentes perfectos y túneles hondos que conectan directamente con las realidades que muy pocas personas están dispuestas a aceptar como vecinas.
En su forma es una película con diversas intenciones de género con un resultado gratamente decente, para tratarse de una ópera prima. Hay color y sentir andaluz, con simetrías áridas y acción secuencial y laberíntica por las barriadas, con guiños tan clásicos como robar ropa de los tendales para despistar a los malos, o ganarles ventaja por las escaleras y los tejados. Es un drama indiscutible y a la vez es comedia negra, en una especie de road trip romaní en el que las nefastas voluntades del destino respiran y abren campo para enternecerse con un amor tan fuerte como el que sostiene una familia estructuralmente vulnerada por sus distintas condiciones: gitanas, mujeres y minusválidos. En este espacio del que hablaba, el de una película que ensaya géneros y reproduce sus formas con tino y gracia, y unas intenciones narrativas firmemente compasivas y comprometidas, siento mucha gratitud hacia Nicolás Pacheco y su desaire hacia la marca del cine español de los últimos años.
En primerísimo lugar, porque ha contado una historia de violencia contra las mujeres, liderada por mujeres, que demuestra, por un lado, que todo el germen de dicha violencia es masculino (sea misógino o no) y, por otro lado, porque como no ha sexualizado ni la imagen ni el propósito de ninguna de ellas, ni ha hecho un casting basado en su sensualidad, el resultado es que esta película sí es cine, y sus intérpretes son actrices al servicio de personajes nobles y entregadas a preocupaciones mucho más importantes que la seducción. Y, en segundo lugar, por esta razón precisa, como no hay lolitas, ni prostitutas edulcoradas, ni tensiones absurdas, tengo la sensación (y alguna evidencia) de que Jaulas no será excesivamente recomendada por la crítica general.
Sin embargo, Jaulas es una película magnífica, precisamente porque descentra, hacia lo puramente anecdótico y conductor, el espectáculo del romanticismo, el sexo, la seducción y el abuso de estas índoles, lo que parece a día de hoy, el gran tótem del cine español.
Aunque lo español, en realidades concretas y más numerosas de lo que creemos, se parece mucho más a las jaulas que asfixian a los personajes de esta película: empresarios con bolsas de billetes para desplazar a golpe de soborno a familias enteras, la exclusión y el abuso de personas minusválidas, o mujeres aterrorizadas porque sustentan hogares en los que su presunto “matriarcado” no logra impedir que las violen y/o las maten. Es cínico el famoso concepto del matriarcado rural, y el ensalzamiento de lo “fuertes” que son las mujeres del campo. En este caso, a las protagonistas de Jaulas no les queda otra que empeñar todo su matriarcado en escapar de la violencia y la muerte, y la película trata este concepto (esta especie de matriarcado forzoso) como un fenómeno repudiable y trágico, a pesar de la admirable fortaleza inherente a las mujeres que lo ocupan.