A veces el azar desafía el orden aleatorio y caótico del mundo que nos rodea para sorprendernos hasta la incredulidad. Lo que menos esperaba uno encontrar en las pantallas españolas de esta primavera era varias películas pequeñas, sencillas pero no simplonas, que dieran una visión coherente y enriquecedora de la embrollada geopolítica de Oriente Medio. No son obras con mayúsculas que planteen reivindicaciones de alto contenido político ni dramas con voluntad de análisis histórico –aunque también- sino pequeñas piezas que trazan un boceto de las realidades complicadas y contradictorias de varios países de la región, casi una caricatura, a través de sucesos más bien anecdóticos.
Me refiero a la curiosa comedia con tres historias de azar, dolor y tragedia Foxtrot, de Samuel Maoz, que plasma la neurosis en que viven los israelíes; al trasfondo de cainismo de la sociedad libanesa, con la imposible convivencia de cristianos ortodoxos y palestinos exiliados, reflejado en El insulto (Ziad Doueiri); y a la casi teatral Alma mater (Insyriated) (Philippe Van Leeuw) que muestra la ratonera mortal en que se ha convertido Siria a través de varios personajes encerrados en un piso. Se puede sumar a estos tres títulos Invitación de boda (Wajib), de la cineasta betlemita Annemarie Jacir, que es una crónica de la Palestina actual, también trazada a vuelapluma a través del deambular de un padre y un hijo repartiendo en mano invitaciones de boda por la ciudad de Nazaret.
El joven Shadi vive en Italia y regresa a su pueblo natal para –según establece la tradición de estos palestinos cristiano ortodoxos- entregar personalmente las invitaciones para la boda de su hermana. Le acompaña todo el tiempo su padre, Abu Shadi, profesor en un colegio que aspira a dirigir. A lo largo de un solo día, durante varias horas, seguimos a estos protagonistas absolutos y asistimos a sus discusiones, que tienen que ver con tres ámbitos: el más familiar de la relación con la madre de Shadi, divorciada y vuelta a casar en Estados Unidos, la brecha generacional que enfrenta a padres e hijos en todas las sociedades, y las diferencias de estrategia política de los ciudadanos palestinos frente a la opresión de Israel.
La directora maneja muy bien el tiempo comprimido y los diferentes encuentros con familiares y amigos a quienes se lleva las invitaciones, así como conversaciones en la distancia por teléfono (con la novia de Shadi, hija de un dirigente exiliado en Italia y con su madre, que atiende a su marido agonizante), sucesos inesperados (el pinchazo del coche, un altercado en la calle, insultos al cura) y apuntes sobre la realidad del país (basura por las calles, soldados israelíes en territorio palestino, plásticos cubriendo las terrazas y afeando el centro histórico de la ciudad). Padre e hijo se ocultan mutuamente que siguen fumando –el padre sufrió un infarto- y, tras no pocas discusiones, terminan contemplando el anochecer en la terraza saboreando un pitillo que simboliza una nueva complicidad tras abandonar todo reproche.
Invitación de boda (Wajib) posee encanto y ternura, porque el espectador empatiza con la ilusión del padre y el hermano ante la boda, todo un proyecto de vida, como explicitan las tarjetas: “Una casa se construye con sabiduría y se mantiene firme con entendimiento”; y porque queda conmovido por la alegría de amigos y familiares que les reciben. El padre que desea que su hijo vuelva a Palestina para tenerlo cerca es tan universal como el que quiere casarlo con la prima abogada o el que miente sobre su profesión o noviazgo para no defraudar a amigos ya ancianos. También resulta muy comprensible, aunque más áspera, la actitud de Shadi que lamenta el deterioro del país, la resignación de los ciudadanos a las calles llenas de basura o la prepotencia de israelíes, y ve cómo los jóvenes emigran de Palestina en pos de mejores condiciones de vida.
La mirada de la directora sobre su país es triste: asfixiado por el cerco de Israel, sin posibilidades de vida para los jóvenes e infectado por el pesimismo resignado de los mayores. Pero Invitación de boda (Wajib) adquiere universalidad al mostrar esas tensiones entre padre e hijo que logran la reconciliación gracias a que cada uno se pone en la posición del otro y tiene la generosidad del perdón, como Abu Shadi había anticipado respecto a su esposa, a quien perdona haber abandonado a la familia e irse al extranjero con un hombre. El entendimiento necesario para mantener la casa.