Una idílica familia de vacaciones en una lujosa estación de esquí. Los padres, Tomas y Ebba, se hacen esas fotos ordinarias típicas de sonrisa forzada con sus hijos, se lavan los dientes con sus cepillos eléctricos, escriben mensajes con sus móviles, duermen a pierna suelta y en definitiva se comportan como gente normal y anodina en unos días de descanso. Solo cuando una avalancha (que no resulta ser más que un movimiento controlado de nieve) los pone en una situación límite comienzan a vislumbrarse las zonas oscuras de esta gente tan común. Porque ¿cómo debería comportarse un padre ante un peligro repentino que acecha a su prole? ¿Los protegería impulsivamente o su instinto de supervivencia lo haría salir corriendo (sin no antes llevarse su smartphone)? Este va a ser el dilema moral que recorre Fuerza Mayor (Turist) en cinco días vacacionales en las montañas de Los Alpes.
Para hacer frente a esta crisis matrimonial, el director Robert Östlund propone en Fuerza mayor aligerar el drama de la pareja con un toque de comedia incómoda, de absurdo y con un constante estado emocional enrarecido. La señora madre está enfadada y hará a todos reflexionar sobre la cobarde actuación de su marido. El señor esposo se escuda en que su visión de los hechos dista mucho de la realidad. Los amigos de la familia intentan aportar serenidad externa pero acaban infectados por la duda y la desconfianza. Los hijos consentidos viven con estupor el contante desencuentro de sus padres. Y un señor conserje es el observador externo que mira con desdén y distancia estos microdramas de habitaciones de hoteles. Todas estas pequeñas catátrofes parecen insignificantes ante una constante y extraña sensación (más cercana al terror que a la comedia) que sacude al film: algo malo va a pasar ante los ojos de este grandioso paraje helado y no le va a importar a nadie, la nieve se encargará de ocultarlo.
La visión (y presión) de cómo debe ser un padre moderno y preparado de hoy, un hombre casi perfecto, un héroe que no duda y tiene miedo, acaba llevando al progenitor protagonista hasta lo más sombrío de su ser, arrastrándolo a una grotesca catarsis final donde reconocer su debilidad y volver a la manada. El superhéroe (de pacotilla) resurge de las nieves convertido en macho alfa, sacando pecho, con la cabeza alta y demostando a su familia que está ahí para protegerlos. ¿O no?
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