Prefiero no sobreanalizar demasiado lo que acabo de ver, más allá de intentar plasmar las buenas sensaciones que me ha dejado la película de Ion de Sosa. Las pajas mentales se las dejo a otros, y conmigo los 60 minutos de este tomavistas que viene directamente de otro tiempo funciona de una manera visceral e irracional.
Bajo la coartada futurista y la referencia explícita a Philip K. Dick, se encierra una especie de cápsula del tiempo donde no hay ningún tipo de limitación a la hora de acumular ideas, canciones, cintas de video, ciencia ficción, humor, costumbrismo y hasta la celebre oveja eléctrica.
¿Alguien recuerda aquellos souvenirs con forma de televisor donde se visualizaban diapositivas de ciudades emblemáticas? Pues he aquí uno de ellos comprado en Benidorm en el año 2052, solo que esta vez el viaje que te hace revivir se convierte en una ensoñación brumosa, grotesca y nostálgica procedente directamente de la memoria perdida de algún androide.
Es posible que experimentos de este tipo puedan parecer a muchos meros accidentes, anomalías cinematográficas sin ningún alcance ni agudeza. Y en este caso no me importa demasiado ni el procedimiento, ni si primero fueron las imágenes y después el discurso, si es lowcost, si se oye bien o si es vulgar. Porque hay más franqueza y autenticidad en la radiografía que se capta de un país en estos fotogramas que en cualquier otro alegato convencional y bienintencionado al que nos tienen acostumbrados los entes sensatos. Ah, y porque Benidorm es el sitio donde todos deberíamos ir a morir.
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