Festival de Málaga 2020: «Los europeos», el final del verano

Antonio y Miguel llegan a Ibiza un día de verano de 1958 para pasar ahí las vacaciones. En la pared de madera del barco, Miguel observa una mancha con forma del continente europeo. Momentos después, Antonio plantea las diferencias entre los europeos y los españoles. Lo que inicialmente puede parecer un debate superficial apunta a ese sentimiento español de sentirse fuera de lugar en Europa, incluso actualmente. ¿Qué somos realmente? La modernidad y el progreso parecían entonces fuera de nuestro alcance, y mientras tanto, Ibiza comenzaba a llenarse de guiris. Antonio le dice en esa escena inicial a Miguel “no me seas tan español” y se propone “a partir de ahora, solo europeas”. Lo que sea por acercarse a eso que no somos. 

Los europeos

Así comienza Los europeos, película dirigida por Víctor García León y basada en la novela homónima de Rafael Azcona, y que despidió la sección de largometrajes a concurso del Festival de Málaga recientemente clausurado. Sin saber muy bien qué esperar, me vi de repente envuelta por la calidez del escenario veraniego en el que se refugian los protagonistas de este drama español disfrazado de historia de amor.

Juan Diego Botto interpreta al carismático Antonio, un hombre bien posicionado, políglota (menos si el francés es “de provincias”, es que el que él habla es de París), e hijo de las expectativas que la sociedad tardofranquista tiene de él. Aunque ahora esté de vacaciones, es consciente de que eventualmente se casará con una “mujer muy formal y muy decente”, vivirá del dinero de su padre y defenderá que “la familia es la base de la sociedad”. Será un señorito español. Pero por ahora, mientras pueda, se olvidará de las convenciones, disfrutará del verano y de su libertad al máximo. 

Como contrapunto al hedonismo de Antonio, tenemos a Miguel, a quien Raúl Arévalo interpreta con mucha naturalidad. Miguel es más inseguro y cohibido que su compañero de viaje, no le es tan fácil dejarse llevar. “Mis zapatos me los limpio yo solito”, dice en una de las primeras escenas. Él prefiere ahorrar y no gastar dinero innecesario en cosas como un limpiabotas. Y de pronto, aparece Odette, una energética chica francesa de la que Miguel se empieza a enamorar. 

Los europeos

Comienza, pues, un romance, un amor de verano, una aventura. Llega un punto, como en toda historia, en el que las cosas se complican, todo se hace demasiado real. Lo que parecía un paraíso empieza a asemejarse a la complicada vida real. La fantasía que habían creado juntos, la fantasía de la que nosotros, los espectadores, nos hemos enamorado también, se desmorona lentamente mientras la realidad se va asomando. El guion de Bernardo Sánchez maneja con pulso y delicadeza el cambio de tono entre el ambiente hedonístico y el drama en el que se convierte la película durante su tramo final. 

Los europeos no sería la misma sin su cautivadora fotografía. Si bien es cierto que los vestuarios, la música (tanto la romántica banda sonora original como las canciones de la época que se oyen) y el diseño de producción contribuyen a la ambientación histórica, es la paleta de colores la que pone la guinda en el pastel. Los encuadres de la directora de fotografía, Eva Díaz, bien podrían encontrarse en una postal. Los paisajes ibicencos se llenan de vida con la luz de luna o de la luz dorada del atardecer. Díaz declaró humildemente en una rueda de prensa “yo sólo colocaba la cámara”, pero en la película se palpa su sensibilidad y su técnica.

Los europeos

Al final, con lo que me quedo de Los europeos es con la libertad y honestidad que se palpa en su primera mitad. La hipnótica escena de la fiesta en casa en la que beben, bailan, pasa todo y no pasa nada. La imagen de ese paraíso perdido en el que españoles y europeos se refugian. Unos personajes que se dejan llevar, y son felices en Ibiza antes de que llegue el otoño y, con él, la vida real. 

Los europeos ya está disponible en la plataforma Orange TV. 

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