Júlia ist es una de esas películas. Comenzó como un proyecto de fin de carrera, pero el esfuerzo y dedicación de su directora, Elena Martín, y sus compañeros han logrado sacar adelante un film de una honestidad encomiable, con un ingrediente tan escaso hoy en día como fundamental: corazón.
A todos aquellos que me han preguntado sobre Júlia ist les he hablado de Once. Esta película irlandesa exuda pasión: realizada con medios escasos y tirando de amigos y familiares, sus diálogos improvisados forman una historia sobre el amor y la soledad íntima y conmovedora. Júlia ist no sigue el mismo camino, pero sí que podemos ver ciertos paralelismos, además del toque amateur que le da su encanto. La cinta de la catalana tiene inquietudes más mundanas que Once: se centra en el día a día de la nueva juventud, en ese paso hacia la madurez que todos debemos experimentar, el volar del nido y empezar a vivir según nuestras propias reglas.
La trama versa sobre el viaje de Júlia, una joven estudiante de arquitectura que viaja a Berlín a través de una beca Erasmus. La idea surgió a partir de la experiencia común de todos los participantes. Son jóvenes que han vivido ese cambio en sus vidas y pretenden transmitirlo sin pretensión alguna, de ahí su sinceridad. Pero, como en Once, esto no significa un abandono de responsabilidades. El guión está magníficamente tratado, de tal manera que sentimos el viaje de Júlia como si fuera nuestro. El film presenta una cercanía con la realidad que alterna los momentos de responsabilidad con otros de pura diversión, y las interpretaciones bailan entre el estudio del personajes y el propio feeling que surge de la amistad de los actores. Todo esto desemboca en una obra de una verosimilitud pasmosa, que exalta la juventud como un momento de cambio que nos invita a vivir (o revivir) esta historia. El drama, el amor, el sexo o los instantes de diversión bailan en una consonancia perfecta casi sin pretenderlo, residiendo ahí su clave empática.
La realización, por otra parte, sobresale teniendo en cuenta los medios disponibles, recordándonos que no es cuestión de fondos, sino de inventiva y creatividad. Las miradas y detalles retratados, la delicadeza de sus imágenes, la «fotogenia de la ciudad», todo encaja a la milímetro dentro de este vaivén de sensaciones, manufacturado con gran finura en todos sus aspectos, lo cual merece sus laureles teniendo en cuenta que casi todo el presupuesto ha salido de sus bolsillos.
Es enternecedor ver una película tan pura como Júlia ist; supone una nota de esperanza para aquellos jóvenes ansiosos por volar. No es perfecta, no es la mejor película del mundo, pero no quiere serlo, y tampoco lo necesita para llegarnos al corazón. Se echan en falta más películas como esta, y si bien un artista siempre ha de intentar alcanzar las estrellas, no ha de olvidar la gran belleza de las pequeñas cosas.