Roser Aguilar vuelve al cine tras años de ausencia y por desgracia nos deja algo fríos con esta Brava. La película se centra en la historia de una mujer que sufre una agresión sexual en el metro de Barcelona y que pasará todos los procesos habituales en este tipo de casos: rechazo, aislamiento, culpabilidad y huida hacia adelante.
Laia Marull interpreta a Janine, una mujer independiente, aunque con novio, que trabaja en un banco, lo que le produce cierta desazón al tener que negociar y especular con el dinero de los demás. La visión de otra agresión le llevará a plantearse que quizás no es tan buena persona como pensaba ya que no ayudó cuando pudo. Todo el conflicto moral está perfectamente expuesto pero Brava no llega a trascender a la anécdota ya que poco nuevo propone a un tema que ya hemos visto: de hecho, una de las grandes bazas de Elle de Paul Verhoeven era subvertir precisamente estos desgraciados tópicos.
La aparición de nuevos personajes en el campo como el padre de Janine (Emilio Gutiérrez Caba) y un amigo de este intenta aportar nuevas visiones masculinas, que no es que salgan muy bien paradas. Aguilar carga las tintas en los hombres, pero sin tampoco llegar a justificar sus actos, lo que confiere a la película una debilidad argumental que hace que no levante el vuelo.
Las correctas interpretaciones de Marull y Gutiérrez Caba poco pueden hacer para sacar adelante Brava, una película con buenas intenciones pero que choca con la ausencia de un punto de vista que no suene a trillado o una propuesta visual que se salga de lo habitual. Esperemos que no tenga que pasar demasiado tiempo para que volvamos a ver algo más afinado de Aguilar que apuntaba alto en su debut, Lo mejor de mí, pero que aquí se queda a medio gas.