La historia está focalizada en la figura de Franz, un joven de 17 años, que vive con sus padres en una zona de montaña austríaca, junto al lago Attersee. La repentina e inexplicada muerte del padre hace que la madre tome la decisión de mandar a Franz a buscarse la vida en Viena, donde se emplea en un estanco, propiedad del viejo amigo Otto. La transición a la vida adulta en un chico de pueblo llegado a la ciudad no es fácil: la amistad con Otto y las confidencias con Sigmund Freud, cliente del estanco, apenas compensan las inquietudes del amor de Anezka, una chica de Bohemia mucho más experimentada. Pero a Franz la existencia se le complica con el ascenso del nazismo y la anexión de Austria al III Reich.
El relato viene apuntalado por las postales que Franz escribe a su madre o recibe de ella, y que reflejan el proceso de aprendizaje del joven. Las pesadillas y sueños quedan conjurados con su puesta por escrito y publicación en el escaparate del estanco. Desprende cierta ternura este chico con sus miedos (secuencia inicial en que una tormenta lo sorprende en el lago), su enamoramiento, su admiración por adultos cultivados y su búsqueda inútil de la felicidad. Sus esperanzas quedarán frustradas porque, en buena medida, representa a una generación de entreguerras heredera de las heridas de la Gran Guerra (mutilación de Otto) y abocada al abismo con la barbarie nazi.
El director, Nikolaus Leytner, pone su experimentado oficio en audiovisuales para televisión al servicio de un relato construido con delicadeza en la ambientación y buenos resultados en la dirección de actores. Tiene un papel excepcional Bruno Ganz, no solo porque El vendedor de tabaco es una obra póstuma, sino porque el intérprete suizo llegó a ese punto de madurez en que, con la mínima composición actoral, puede encarnar a cualquier personaje. Aquí es un doctor Freud irreprochable; y el personaje no resulta extemporáneo sino que tiene su función en la historia personal del protagonista.
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