Lo nuevo de Jane Campion es una bellísima serpiente a la que te han jurado que le han quitado el veneno: es tan bonita y tan inocente que no te das cuenta de que te ha mordido hasta que es demasiado tarde. El poder del perro es un western que juega no solo con el paradigma del género, sino que lo hace profundamente moderno. La directora ha estado doce años apartada del cine y esta película, definitivamente, necesitaba su mano. La película, ojo, requiere paciencia (aunque la recompensa con creces): en sus primeras escenas puedes adivinar sus movimientos al empezar a arañar la superficie de los vaqueros protagonizados por los portentosos Benedict Cumberbatch y Jesse Plemons. Pero no todo es lo que parece, la maldad engendra maldad y los vaqueros rudos que mascan tabaco y maltratan a todo el mundo parecen mandar en su mundo, pero ni siquiera pueden mandar en su interior.
El poder del perro es revolucionaria: utilizando los códigos de películas que ya hemos visto cuenta algo totalmente diferente, obliga a que el espectador no aproveche los momentos más lentos para mirar el móvil y exige atención continua. Lo que pasa, pasa, y solo hay que estar atento para completar todas las piezas del rompecabezas. Puede que alguno de los personajes (especialmente la pareja de Plemons y Kirsten Dunst) parezca un poco simple, pero solo lo es en comparación con la portentosa personalidad de los otros dos protagonistas
En El Poder del perro no hay un solo personaje que no esté absolutamente roto en mil pedazos, aunque intente hacer el bien: la bondad no existe en el oeste, y tu piedad solo trae tristeza y desolación. Al final, quien menos te lo esperas puede ser tu compañero de armas, tu amigo, o quizá algo que nunca esperaste. Es difícil hablar de ella sin caer en el spoiler, pero ignorad los cantos de “Es muy lenta” o “Es un plagio de esta otra película”: es un film poderoso y único, que va a hacer saltar muchas alarmas de gente que quizá necesita analizarlo más a fondo.