El cine adolescente ha cambiado. Ha dejado de lado las tetas y el echar un polvo en el baile de graduación, para convertirse en una aventura de aprendizaje vital, en un mundo apocalíptico y con múltiples mensajes disfrazados de moralidad y de hacer lo correcto. Como si la búsqueda incansable de sexo no pudiera tener todas esas lecturas…
Divergente es la enésima adaptación de una novela para adolescentes encasillados en la normalidad, que un día descubren que son especiales y dejan atrás toda esa monotonía absurda. Sin entrar en detalles ni en por qué se empeñan los nuevos autores literarios en exprimir una y otra vez el tan manido ‘camino del héroe’, el principal problema de Divergente, aparte de su horrible título, es que es demasiado parecido todo a Los Juegos del Hambre, si comparamos películas y sin meternos en lo literario, y todo ese rebufo que se intenta aprovechar, no hace más que hundir más a Divergente en el amplio mar de las adaptaciones literarias con final abierto que nunca llegarán a una segunda parte.
Poco más se puede destacar de una película tan sosa como Divergente, ni siquiera Kate Winslet en su papel de ‘voy a meterme en esta película porque me dan mucho dinero’ puede salvarla. Sin mencionar que Shailene Woodley no es Jennifer Lawrence
Otro día hablaremos de la manía de convertir la música indie en comercial para conectar por el público joven y conseguir vender más discos, sin importar si el temazo del momento concuerda dramáticamente con la imagen.
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