Borgman es una comedia malsana donde conviven el horror, el esperpento y humor negro. Al ser un película que juega sobre todo con la sorpresa y las expectativas del espectador es mejor no saber mucho de su argumento ni sus requiebros. ¡Dios me libre de un espoiler! Basta con conocer que Borgman es un misterioso caballero que convierte la perfecta vida de una feliz familia de postal en un truculento cuento de medianoche (atentos al inquietante actor protagonista Jan Bijvoet)
Digamos que la cinta de holandés Alex van Warmerdam es un cruce mutante entre Funny Games (pero más gamberra y descerebrada) y Canino (a ritmo de sitcom familiar disfuncional). Sabe bien que la extrañeza y el loco desconcierto que produce es su mejor baza, pero también se convierte en uno de sus puntos débiles. Cuando la montaña rusa se acerca a su última gran pirueta después de rocambolescas florituras se queda a medio gas y se desinfla levemente. El tramo final se alarga excesivamente y pierde mucha de la frescura y fuerza con la que se inicia, pero aún así deja con ganas de más.
Borgman puede funcionar a muchos niveles de lectura, y quizás no sea desencaminado observarla como fábula perversa de la vida moderna donde la violencia, el vampirismo y la maldad pueden llamar a nuestra puerta en cualquier momento. Pero yo prefiero verla como un film de terror donde el espanto transcurre a plena luz del día de un cálido verano y nos intoxica hasta la muerte sin que nos demos cuenta. Su premio a la mejor película en el último festival de Sitges no es casual.
0 comments