El año en cuestión es 1957, cuando el cineasta sueco —que aún no ha cumplido los cuarenta— es capaz de estrenar dos obras maestras de cine (El séptimo sello y Fresas salvajes), filmar una película para televisión, escribir dos guiones, dirigir para el teatro un Peer Gynt de cuatro horas de duración que se convierte en un hito… Esa capacidad de trabajo y el éxito que logra Bergman en ese momento sirven a la cineasta Jane Magnusson como hilo conductor para el documental Bergman, su gran año. Ni que decir tiene que este audiovisual está más que justificado, tratándose de uno de los tres o cuatro directores más importantes de toda la historia del cine europeo y, desde luego, se encuentra entre los grandes del cine universal.
Magnusson, que ya se ha aproximado al cineasta en otros trabajos, indaga en su personalidad tratando de explicar un carrera tan fecunda. Se vale del testimonio de varios ayudantes y miembros de los equipos técnicos y artísticos de sus películas, de amistades más próximas y familiares (su hermano) o mujeres que tuvieron una relación íntima (Liv Ullmann). También utiliza material de archivo, con entrevistas concedidas por el cineasta en diversas ocasiones, fragmentos de making off de películas y obras de teatro, citas de los propios filmes y otras fuentes que llevan a un resultado variado y ágil, muy gratificante para el cinéfilo siempre deseoso de testimonios de primera mano. Más que hacer una recopilación de la filmografía o un resumen de la trayectoria, a la directora le interesa indagar en la personalidad de Bergman, profundizar en los rasgos del artista para explicar su capacidad de creación, en fin, “construir” su identidad desde las películas y los testimonios de personas próximas.
El resultado de Bergman, su gran año, más que notable, es muy honrado: se evita en todo momento la hagiografía, el cliché del genio siempre sorprendente y otros estereotipos. Quedan patentes las fabulaciones o mentiras de sus memorias o el veto a una entrevista televisiva donde su hermano confesaba que él había sufrido palizas del padre y no Ingmar; o cierto endiosamiento en los años 80 cuando acumula mucho poder en todo el sistema de teatro y cine suecos. La tesis de fondo es que Bergman se volcó hacia un trabajo compulsivo que le absorbió por completo su existencia como mecanismo de huida, quizá para compensar una soledad de fondo que nunca lo abandonó; y que las películas escritas y dirigidas por él han sido proyección de su personalidad. El documental insiste en el contraste entre los éxitos profesionales, su enorme creatividad, y una vida sentimental y familiar que no logró cierta estabilidad: sus relaciones con las mujeres se solapaban y conocía el año de estreno de las películas, pero no el de nacimiento de sus hijos (de hecho, llama la atención en esta película la ausencia de testimonio de alguno de ellos).
Al espectador atento no le pasará desapercibido que, más allá de la figura de Ingmar Bergman, este trabajo, de casi dos horas muy bien aprovechadas, plantea una cuestión más universal, pues se pregunta por la figura del genio creador, la obra como plasmación de la personalidad y la coherencia o compatibilidad entre vida privada y profesional. Tampoco le interesa la catalogación del director o la cartografía de su cine según etiquetas convencionales; desde luego, se evita el tópico de Bergman como existencialista o cineasta preocupado por la trascendencia o las creencias religiosas. En todo caso, Bergman, su gran año es un filme importante que, como no podía ser de otro modo, invita a volver sobre sus mejores películas.
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