Tras el éxito de La Cenicienta, parece que el actor, director y guionista británico Kenneth Branagh ha sabido hacerse un hueco en este tipo de proyectos magnánimos que rememoran los clásicos llevándolos a su máxima expresión digital. Más allá de este barroquismo visual, Asesinato en el Orient Express nos invita a subir a un tren que cruzará Los Alpes, Balcanes y Cárpatos sin pena ni gloria, reuniendo a una buena panda de súper estrellas de Hollywood a bordo, que pareciera que, más que un buen casting, es su caché lo que les une como pasajeros, sospechosos, víctimas o victimarios de este particular expreso de Oriente (muchos de ellos comenzaron formando parte del proyecto contractualmente, pero con papeles inexistentes o indefinidos, como el caso de Penélope Cruz).
Para los que no estén familiarizados con el requetesubgénero “Agatha Christie”, Asesinato en el Orient Express puede incluso llegar a inducir ciertos momentos de álgido suspense, que se desvanecerán fácilmente tras la obviedad más aplastante. Agatha era así, empeñada en desarmar puzles bastante evidentes y lanzar sus piezas por el suelo, de tal forma que cada pieza gozara de todo tipo de libertades para moldearse con el fin de encajar, como una parte implicada, en lo que pretende ser el crimen perfecto, pero que más bien podría llamarse el crimen de “estos se apuntan hasta a un bombardeo”. Las reglas de este crimen son muy cambiantes según favorezcan la grandeza y la sapiencia del personaje principal, Hercule Poirot. Al final una no sabe si este era un tipo muy listo, o los involucrados en el crimen no eran muy avispados.
Hay algo hermoso en la voluntad de volver a rodar esta historia. Quizá sea la oportunidad de digitalizar la nostalgia de estas cosas tan sólidas que estamos perdiendo, como el disfrute del viajar, más que el del llegar, especialmente en experiencias como podría ser la del expreso de Oriente. La tracción y la acción de los largos viajes en tren, las que acomodaban tiempo y espacio suficientes para que hubiera ocurrido historias como esta. Un tren que recorría la espina dorsal de Europa, en el que las inclemencias de aquella hostil tecnología al carbón, chamuscando la nieve de las grandes cordilleras a su paso, eran menos peligrosas que las propias negligencias humanas de sus pasajeros. Quizá por volver a disfrutar del vaivén en alta definición de los colosales viajes en tren de aquellos años, merezca la pena sentarnos a ver Asesinato en Orient Express.
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