Enfrentarse al cine de alguien como Todd Solondz nunca es tarea fácil. El director de la célebre Happiness no se ha caracterizado nunca por tener un humor agradable, simpático o accesible. Y eso que las primeras impresiones que uno puede obtener de sus películas aluden a todo lo contrario. Precisamente el aspecto más logrado del estilo de Solondz es el crudo contraste que establece a través de la creación de atmósferas agradables, visualmente hasta cierto punto infantiles (la fotografía de Wiener-dog recuerda a la de Amelie) sobre las que desarrolla un discurso de una ironía terrible.
Wiener-dog narra la historia de un perro salchicha que sirve como hilo conductor para relatar cuatro pequeñas historias de cuatro personajes diferentes. La primera nos muestra a un niño pequeño que acaba de superar una leucemia al que su padre le regala el perro tras rescatarlo de una perrera. Tras sufrir una diarrea tremenda es llevado a sacrificar, pero la ayudante del veterinario lo rescata de la sala de operaciones. Junto a un excompañero de clase que se encuentra en un supermercado emprenden un viaje en autocaravana con el perro. Este finalmente se acaba quedando con el hermano con síndrome de down del compañero de clase. Una elipsis temporal nos sitúa al perro esta vez con Danny Devito, profesor de guion amargado en una escuela de cine. Tras otra elipsis el perro salchicha acaba bajo los cuidados de una anciana interpretada por Ellen Brustyn. Las idas y venidas del perro y los personajes que aparecen en su vida son tremendamente bizarras pero relatadas de una forma tan normalizada que resulta pasmante. El resultado es una película en la que el espectador estará preguntándose constantemente hacia donde irá y como acabará el macabro humor negro de Solondz. Humor, que guste más o guste menos, es único.