Pendaripen quiere decir historia en romaní y, precisamente, ese es el objeto de esta película: documentar la crónica de uno de los pueblos más perseguidos de Europa, el pueblo gitano, que en su diáspora acabó en España. En su metraje, son gitanos y gitanas quienes cuentan sus orígenes, los siglos de discriminación y opresión, pero también de mestizaje cultural con la población negra, cristiana y morisca hasta dar origen a un arte único, el flamenco. Este retrato colectivo combina archivos históricos, imágenes poéticas, música original y testimonios de escritores, ensayistas, antropólogos, investigadores, abogados, políticos, activistas y artistas de esta etnia. En la pantalla se analizan episodios fundamentales, como la Gran Redada del siglo XVIII o la estigmatización durante el franquismo. Un largometraje que se presenta como un ejercicio de memoria y dignidad, herramienta pedagógica, denuncia política y celebración identitaria. Nos encontramos con Alfonso Sánchez (director) y Eva Montoya (guionista) para hablar de una película que se presentó en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, y que ya puede verse en cines seleccionados.
El documental repasa 600 años de historia desde los orígenes en la India, el éxodo hacia Europa alrededor del año 1300, hasta la llegada a España. ¿Cuáles fueron los mayores desafíos narrativos al condensar seis siglos de opresión en un largometraje?

Eva Montoya: La verdad es que el mayor reto fue sintetizar, porque al principio este tema daba para una serie, no solo para una película. Fue complicado decidir qué contar, ya que hay muchísimas historias y la mayoría son poco conocidas. Así que lo que intentamos fue resumir todo a grandes rasgos, centrándonos en los temas más importantes. Por ejemplo, hablamos del papel de la mujer, de las más de 250 leyes antigitanas que no perseguían delitos concretos, sino la propia identidad gitana. Y, sobre todo, quisimos abrir una reflexión sobre cómo toda esa historia afecta aún hoy; al final, comprender el pasado ayuda a entender tanto nuestro presente como el del pueblo gitano en España.
Alfonso Sánchez: Para mí, lo fundamental era que el documental fuera muy didáctico. Siempre he sentido que tenía que llegar a todos los espectadores, desde un público con mucho bagaje intelectual hasta quienes no lo tienen, pasando por niños y jóvenes para que puedan entender la historia y comprender de dónde vienen. Esto me parece crucial, porque en mi experiencia, cuando te adentras en el tema, es algo que te transforma. Por eso también apostamos por empezar con un cuento, porque realmente no hay materiales visuales o documentos que permitan narrarlo de otra manera. Así, ¿qué mejor que arrancar con una historia contada como un cuento? Trinidad Reyerta hizo un trabajo precioso de animación junto con la gente de Invention, realmente increíble. Desde ahí, nos embarcamos en un viaje estético con documentos originales de la época, grabados de aquellas leyes antigitanas y del propio pueblo gitano. Fuimos avanzando por las diferentes épocas a través de la pintura y sus estilos, luego la fotografía, el cine, la televisión… hasta llegar a las redes sociales y aterrizar en 2025. Al final, ese viaje visual se complementa también con un viaje musical, que acompaña todo el recorrido.
Lo fundamental era que el documental fuera muy didáctico. Tenía que llegar a todos, desde un público con mucho bagaje intelectual hasta quienes no lo tienen, incluso niños y jóvenes que puedan entender la historia y comprender de dónde vienen.
Alfonso Sánchez, director de Pendaripen
En el documental se menciona que se perdió la lengua, se condenaba la vestimenta y el trabajo de los gitanos. ¿Cómo fue el proceso de investigación antropológica para recuperar todo el material que aparece en el documental?
Eva Montoya: Para investigar la historia del pueblo gitano, lo primero fue acudir a dos autores españoles sin los que esto habría sido imposible: Antonio Gómez Alfaro y Manuel Martínez Martínez. A ellos hay que agradecerles que hayan hecho ese ejercicio de buceo en la historia de España para que no se pierda esta memoria. Lo complicado es que nuestra historia no la hemos podido contar nosotros mismos, porque, al ser un pueblo nómada, apenas quedan crónicas de esa diáspora. Es muchísimo más difícil conservar documentos y, a menudo, hay que reconstruir la historia a partir de registros judiciales, porque apenas existen testimonios propios. A partir de ahí puedes ir elaborando un retrato que en el fondo es la imagen que la sociedad de cada época tenía con respecto a nosotros.

Es una pena, pero casi siempre partimos de la versión oficial. Por suerte, hoy en día ya hay investigadores gitanos que pueden contar nuestra historia desde dentro, como Rafael Buigas, historiador de la Universidad Complutense de Madrid, o Sarah Carmona que es Doctora en Historia del Arte, aunque todavía son pocos. Pero históricamente, las referencias clave en España siguen siendo Gómez Alfaro y Martínez, a quienes el pueblo gitano siempre les estará agradecido.
Entre los entrevistados están artistas, políticas, académicos, historiadoras y muchos más. ¿Cuál fue el criterio para seleccionar estas voces que abarcan activismo, arte, investigación y política?
Alfonso Sánchez: La selección de voces se guio, sobre todo, por los temas que queríamos tratar y los distintos enfoques y aportes que podía hacer cada persona. Según íbamos profundizando, cada entrevistado sumaba desde su experiencia: Eva mencionaba a Sarah, que nos habló mucho de la historia del arte y la protohistoria del pueblo gitano, pero también de la esencia, la importancia y el valor de ser gitano desde un punto humanístico. Iván Periáñez aportó desde el campo antropológico y además es un gran conocedor del flamenco, explicando cómo esa música ha servido para transmitir la identidad gitana a lo largo del tiempo, casi como un milagro que haya sobrevivido. Luego, intentamos también reflejar todas las tendencias políticas, porque la diversidad interna es clave. Como dice José Vega de los Reyes, no podemos entender al pueblo gitano como si fuera un bloque homogéneo; hace falta reconocer su diversidad y complejidad. De hecho, ese es uno de los mayores problemas que tenemos en la sociedad: la imagen única y reducida del gitano o la gitana, que está muy lejos de la realidad.
Eva Montoya: Se nos ha reducido a un arquetipo. Y en el audiovisual eso sucede muchísimo.
Sigue muy presente esa imagen de la mujer gitana como alguien sumisa, encerrada en casa y víctima de malos tratos, pero en realidad nunca hemos sido así.
Eva Montoya, guionista de Pendaripen.
El documental analiza cómo la imagen estereotipada de la mujer gitana se convirtió en símbolo nacional durante el franquismo. ¿Cómo esa contradicción —perseguir al pueblo gitano mientras se apropiaban de su cultura— sigue afectando la percepción actual?
Eva Montoya: Hoy en día sigue muy presente esa imagen de la mujer gitana como alguien sumisa, encerrada en casa y que recibe golpes por parte de su marido, pero en realidad nunca hemos sido así; menos mal que en mi familia tengo otros referentes. Por supuesto que nos afecta, y es porque hay un sustrato histórico que se ha ido reforzando en todos los ámbitos: el legal, el audiovisual, la literatura, la pintura… siempre hablando de la mujer gitana desde fuera. Incluso se pueden identificar dos tendencias principales: primero, en una época éramos vistas como la semilla de todos los males, esas mujeres libidinosas, ese arquetipo de femme fatale. Después, llegó la imagen contraria: la mujer sumisa, callada, vestida de luto, que solo está en casa. Parece que siempre hemos sido lo opuesto a lo que la sociedad consideraba correcto en cada momento. Cuando tocaba reprimirnos, decían que éramos demasiado libres; cuando había que reivindicar derechos, nos querían encerradas. Y al final, ninguna de esas imágenes es la real.

De hecho, hay un momento en el documental que me llamó mucho la atención cuando dedicáis unos minutos a hablar de un tema, por ejemplo, tan polémico como el de la prueba del pañuelo, ¿os dio miedo algunas veces de tratar ciertos temas y estereotipar?
Eva Montoya: Ese tema es complicado y farragoso. Cuando preparábamos la entrevista, fui directa y le pregunté a Séfora Vargas si se atrevía a hablar sobre la prueba del pañuelo. Es un asunto muy tabú y por eso queríamos sacarlo, abrir ese debate tanto para la sociedad en general como para la propia comunidad gitana. Séfora, con mucha valentía, aceptó y dijo que quería abordarlo, así que nos animamos. Nuestro objetivo era quitarle un poco ese halo de misterio, esa veladura que existe sobre el tema. Al final, en una sociedad nómada como la nuestra, todos los miembros tienen el mismo valor. Personalmente, siempre me ha llamado la atención, porque creo que en las sociedades nómadas no debería importar tanto ese tema de la virginidad de las mujeres, aunque se diga que es una tradición ancestral. Tengo mis dudas, igual que muchas otras mujeres. Así que había que hablar de ello sin miedo, tanto de cara a la sociedad mayoritaria como para nosotras mismas, y reflexionar sobre lo que significa. En mi opinión, no estoy de acuerdo con la prueba del pañuelo. Pero, sobre todo, respeto; creo que es algo que solo el propio pueblo gitano puede decidir, y especialmente las mujeres gitanas, que son las únicas legitimadas para juzgar si es correcto o no.
Alfonso, como director del documental, ¿cómo has lidiado precisamente con de qué podemos hablar?, ¿hasta dónde podemos llegar?, ¿qué podemos mencionar o no? Porque en el fondo estás contando una historia de un pueblo al que no perteneces.
Alfonso Sánchez: Para mí, desde el primer momento, era fundamental que la historia la contaran, sobre todo, personas gitanas. En un documental hay dos pilares fundamentales que son los que cuentan la historia: uno es el guion y el otro es el montaje. De este modo, teníamos a Eva en el guion y a Pablo Vega en el montaje, que además es un director y activista muy reconocido. No se podía entender de otra forma, porque siendo payos, para Agus Jiménez, la productora, para mí y para todo el equipo, era básico darles voz y que fueran ellos quienes decidieran qué y cómo contar su historia.
Pablo fue estructurando cómo ir contando sobre todo los temas qué contar y cómo contarlo. Después, la convivencia con Julio Castaño, el otro montador —que es payo—, ha funcionado de maravilla y que ha trabajado más en otros aspectos más técnicos del montaje como el ritmo interno del documental. Me parece que el resultado es espectacular precisamente porque han sido capaces de complementarse y trabajar juntos desde sus distintas realidades. Creo que, aunque al principio yo mismo tenía cierto miedo por estar capitaneando el barco de algo tan delicado, al final lo que queda es un ejemplo de convivencia y confianza, que es de los valores más importantes tanto del documental como del propio proceso. Poner en valor esa confianza era clave, porque durante tanto tiempo se ha creado una brecha de desconfianza entre la sociedad mayoritaria y el pueblo gitano. Espero que nuestro trabajo anime a reflexionar sobre de dónde viene esa desconfianza y si, aunque no haya soluciones mágicas, al menos se puedan tender puentes para derribar barreras.

Un aspecto fundamental en el documental es la música. Habéis usado mucha música original de Quintín Vargas en la película. ¿Porque fue importante para ti como director darle esa importancia a que hubiese tantos temas musicales en la película?
Alfonso Sánchez: Tú sabes que para mí la música siempre ha sido fundamental en todas mis películas, y en el caso del pueblo gitano todavía más, porque es parte esencial de su vida. De hecho, yo nunca he sentido una brecha entre mi forma de vivir la música y cómo la vive el pueblo gitano; siempre la he visto presente en sus celebraciones, en el día a día, en la manera que tienen de contar las cosas. Por eso no podía imaginar el documental sin ese viaje musical, desde el principio hasta el final. Quintín se ha currado un trabajo tremendo, narrando ese recorrido desde la India hasta llegar a España, pasando por Turquía, Armenia, los Balcanes… y mostrando cómo el cante gitano termina siendo clave para la comunidad, y eso en dos sentidos.
La música ayuda a conservar la identidad, especialmente en épocas en las que se prohibía todo lo demás: pero nunca podían prohibir que cantaras, igual que ocurría con los esclavos negros en América. Es una forma de expresarse, pero también de resistir.
Alfonso Sánchez, director de Pendaripen
Por un lado, la música ayuda a conservar la identidad, especialmente en épocas en las que se prohibía todo lo demás: la lengua, reconocerse como gitanos… pero nunca podían prohibir que cantaras, igual que ocurría con los esclavos negros en América cuando se les permitía cantar cuando recogían el algodón. Es una forma de expresarse, pero también de resistir: mantener la identidad por encima de cualquier prohibición. Todo eso lo transmite muy bien Quintín, y también Iván Periáñez en el documental. Es ese viaje musical que llega hasta el flamenco, con figuras tan importantes como Antonio Mairena, que ayudó a diferenciar el cante gitano del flamenco en general, y a partir de los años setenta, aparece el nuevo flamenco, los sintetizadores y, con ellos, la música de los barrios excluidos, como los Chunguitos, los Chichos y el fenómeno del cine quinqui. Es muy fuerte ver cómo canciones que hablan de la vida marginal acaban siendo éxitos en la sociedad, aunque cuenten historias duras, de supervivencia y resistencia. Por eso, la música es fundamental para entender y acompañar el viaje del pueblo gitano.
Yo recuerdo cuando vi la película Gato Negro, Gato Blanco, de Kusturica me di cuenta de que es la historia de un poblado gitano, y hay un momento en vuestro documental que se dice: ‘Los yugoslavos tienen violines, pero también otros instrumentos’. Al final, el espíritu, con una estética diferente, pero hay ciertas cosas que anclan.
Eva Montoya: La verdad es que, de algún modo, siempre nos sentimos identificados con otros pueblos gitanos y los reconocemos como primos, aunque sean de los Balcanes o de cualquier parte. Se nota que compartimos muchas bases rítmicas en la música, y la música de los Balcanes es pura vida, tiene muchísima fuerza. Hay muchas similitudes musicales porque el pueblo gitano ha ido absorbiendo influencias de toda Europa, desde Oriente hasta Occidente, así que lo nuestro es como una mezcla que pasa por muchas culturas y llega hasta España.

Alfonso Sánchez: Recuerdo una parte maravillosa del documental con Esperanza Fernández, cuando cuenta el viaje a la India y cómo, pese a que no podían comunicarse con palabras, al empezar a cantar y bailar de repente se entendían perfectamente. Ahí se creaba una comunión brutal y eso demuestra la importancia del vínculo musical, por eso hemos querido que en el documental haya música de principio a fin. Quintín ha hecho una auténtica catedral musical con la banda sonora.
Eva Montoya: Y tiene sentido porque, musicalmente, el flamenco español también recoge muchos melismas orientales, algo que aquí no existía.
Alfonso Sánchez: Es que es muy fuerte, ves a Remedios Amaya bailar y luego ves a mujeres indias bailando y te das cuenta de que es lo mismo. Los andaluces lo sentimos igual: aunque no seas fan del folclore, si estás en otra parte del mundo y escuchas una sevillana, te da seguridad, te conecta con tus raíces. Imagínate lo que es que los gitanos, nacidos aquí, tengan que sentir que no pertenecen a su propio lugar por culpa de la sociedad mayoritaria. Es durísimo.
A partir de aquí, ¿qué queda por hacer?
Eva Montoya: Queda mucho por hacer. El documental es solo el punto de partida, como plantar una semilla. Ojalá sirva para que la sociedad mayoritaria sepa ver sus propios prejuicios, se pregunte de dónde vienen y, sobre todo, por qué piensan lo que piensan sobre los gitanos. Si conseguimos dar un paso hacia el entendimiento mutuo, ya habremos avanzado. También es importante que el propio pueblo gitano tome conciencia de la historia que ha vivido y del papel que tiene en la sociedad de hoy.

Aun así, esto solo es el principio. Hay que reflexionar en serio, dejar de cargar siempre la responsabilidad o la culpa sobre los propios gitanos cuando se habla de su situación. Hace falta un compromiso real, tanto de las instituciones como de la sociedad en general, para que todos asumamos nuestro papel en el cambio. Solo así podrá cambiar la realidad y la visión que se tiene del pueblo gitano.
Alfonso, dices con orgullo que has aprendido mucho. El espectador puede aprender también.
Alfonso Sánchez: Totalmente, esa es la clave. Por eso quise hacer un documental lo más didáctico posible, pensado para que cualquier persona pudiera aprender algo nuevo sobre sí misma y sobre nuestra sociedad. Yo mismo he aprendido mucho sobre el origen de muchísimos prejuicios, tanto los míos propios como los que tiene la mayoría de la población paya. Simplemente entender de dónde vienen ya te cambia la forma de ver las cosas. Te hace reflexionar y darte cuenta de que poner en valor la cultura gitana es importante, y también comprender algo fundamental: que no se puede identificar ‘gitanos’ con ‘población marginal’. Es un error gravísimo y, sinceramente, no es así. De verdad, no es así.
Eva Montoya: Aún así, no hay que olvidar que, por ejemplo, en la Cañada Real, en Madrid, llevan años sin luz, y sí, ahí existe esa marginación. Pero el documental también puede ayudar a entender por qué suceden estas cosas, y quizás incluso servir para que se pueda revertir esta situación.

Una de las cuestiones que también se aborda en el documental es como el mismo lenguaje a través de expresiones cotidianas modula la imagen que se tiene de los gitanos.
Alfonso Sánchez: Hay expresiones que tenemos súper asumidas y ni nos damos cuenta del peso que tienen. Eso de ‘tienes la habitación como una gitana’ o ‘hueles a gitano’ son cosas que se oyen y que parecen normales, pero lo que hacen es reforzar prejuicios que están tan metidos que ni los cuestionamos. Muchas veces, no hay una mala intención directa, pero existe esa separación, esa invisibilidad: los gitanos están ahí pero no se les ve, y si se les ve, se dice ‘no parecen gitanos’. Hay un momento en el documental donde se cuenta se promulga una la ley contra el odio y se menciona el antisemitismo, cuando aquí a los judíos los expulsamos en el 1492, pero no se menciona el antigitanismo. Cuando se habla de odio parece que nunca se aplica lo mismo al pueblo gitano, y, sin embargo, hay una exclusión y una deuda histórica enorme. Al final, seguimos sin ver realmente a los gitanos en la sociedad, están apartados y la mayoría ni lo nota.
Queda mucho por hacer. El documental es solo el punto de partida, como plantar una semilla. Ojalá sirva para que la sociedad mayoritaria sepa ver sus propios prejuicios.
Eva Montoya, guionista de Pendaripen.
Eva Montoya: Y luego está el tema de la vivienda, que es otra muestra de discriminación estructural. Rafael Buigas, que nos asesoró en el documental, lo ha estudiado mucho. Durante la industrialización, España repartió viviendas sociales a gran parte de la gente que venía del campo, pero a los gitanos se les marcaba con una G en la ficha, para situarlos en lugares apartados. Esos gitanos han vivido situaciones cronificadas durante más de 70 años de vivir en condiciones infrahumanas en chabolas. Eso ha marcado su historia y ahora España tiene una deuda con el pueblo gitano. Hace falta mucha más madurez y compromiso institucional para arreglarlo y que la gente lo sepa.
Alfonso Sánchez: Como decía uno de los entrevistados, parece que el pueblo gitano quiere vivir mal, y eso no es así. Es absurdo pensar que la gente elige esas condiciones por gusto. Lo que ocurre es que, cuando se les margina y no se les da oportunidades, tienen que sobrevivir como pueden. Es un problema de exclusión, no de elección.
Eva Montoya: En el documental se explica bien: los gitanos tienen una esperanza de vida diez años menor que el resto. Y todo eso tiene causas que hay que entender y cambiar.
Pendaripen, la historia silenciada del Pueblo Gitano (Alfonso Sánchez, 2025)

