«Mi hijo solía ser fan vuestro».
Esta frase, mencionada por un personaje durante el clímax final de X-Men: Fénix Oscura, podría ser perfectamente la que diría cualquier espectador después de ir a verla. Pero si somos completamente justos con ella, sabremos que no tenía una papeleta fácil de resolver y que se ha estrenado en el peor momento posible.
Después de la compra de FOX por parte de Disney, y ante la inevitable absorción de personajes que esto conllevará, las producciones de este universo que ya estaban en marcha han seguido adelante pero quedándose en posiciones complicadas para las cuales no fueron concebidas en primer lugar. Es el caso de la anunciada Nuevos Mutantes, que seguramente acabará estrenándose de tapadillo en alguna plataforma de VOD, y también el de la cinta que hoy nos ocupa.
X-Men: Fénix Oscura estaba ideada para que fuera la primera parte de una trilogía que se centraría en los personajes jóvenes de la franquicia. O al menos eso decían sus responsables hasta que llegó la compañía del ratón y entonces fue condenada a ser la película que cerrase por completo la saga principal de los mutantes antes de que Marvel Studios reinicie a los personajes con nuevas caras en un futuro inminente.
Siempre hay algo trágico en hacer una película supuestamente celebratoria de un universo cinematográfico medio desmantelado que ya le sopla la polla a todo el mundo como tal. Y si no, que se lo digan a los responsables de ¡Shazam!. Pero en este caso es aún más triste, porque a diferencia del plantel superheróico de Warner/DC, los X-Men sí llegaron a importarnos en algún momento.
Circunstancias desafortunadas aparte, la película en sí tampoco es algo para echar cohetes. En lo que puede considerarse como un remake de X-Men: La decisión final, su guionista Simon Kinberg —aquí ascendido también a director— vuelve a adaptar el célebre arco de Fénix Oscura de los cómics de Chris Claremont. Y diréis: con lo mal que salió aquella, ¿quién creyó que darle aún más libertad creativa a Kinberg sería una buena idea y por qué no le hemos obligado ya a hacer puenting con la cuerda atada al escroto?
Y aun así, el resultado es menos zarrapastroso de lo que cabría esperar. Kinberg se revela como un mejor director que guionista y se permite el lujo de obsequiarnos con algunas escenas de acción bastante resultonas y un tratamiento de los efectos especiales menos cutre que al que los mutantes nos tenían acostumbrados hasta la fecha. También puede ser que después de aguantar tanto tiempo a un Bryan Singer con el piloto automático, X-Men: Fénix Oscura nos entre como agua.
Con todo, pertenece a la misma categoría que su inmediata predecesora: no es lo suficientemente mala como para ofenderse por ella (X-Men Orígenes: Lobezno) ni tan buena como para fliparse y dar saltos de alegría (X-Men: Primera Generación). Su problema es que el guión no es sólo una repetición de lo ya visto en X-Men 3, sino que también lo es de todo lo demás en la saga. Se podría perdonar porque después de todo es el último episodio, pero todo lo que en Vengadores: Endgame se percibía como una fiesta de despedida por todo lo alto, aquí no deja de ser un refrito cutre hecho sin ganas.
La desidia se contagia a los mismos personajes. Hay una escena en la que Magneto le dice a Xavier que se dejen ya de hostias, que han pasado por la misma situación mil veces y que siempre acaba igual, y prácticamente le pide que aligere un poquito y acabe ya la agonía cuanto antes. Los actores también parecen cansados de sus roles y con cero ganas de interpretarlos. De hecho no es que tengan muchos alicientes para hacerlo, salvo quizá la obligación contractual.
Sophie Turner se confirma como una de las peores actrices de su generación y queda claro que quizá debería dedicarse a otra cosa. No es que a nivel de guión Jean Grey tenga muchos matices, ni siquiera personalidad alguna. Pero es que eso también le pasa a Jessica Chastain —os juro por mi vida que su personaje no tiene ni siquiera nombre— y no lo hace ni la mitad de mal que Turner.
Otros como Tormenta, Mercurio, Rondador Nocturno o Cíclope tienen aún menos protagonismo que en X-Men: Apocalipsis. Y ya es decir. Son meros extras glorificados con alguna línea de diálogo de vez en cuando. Los únicos que tienen oportunidad de lucirse son James McAvoy, Jennifer Lawrence y Michael Fassbender, pero no os creáis que están ahí para mucho más que para cerrar ciclo. Siempre fueron unas maravillosas decisiones de casting y se les va a echar mucho de menos, pero no por películas como ésta.
Más allá de una escena que parece salida del festival de Eurovisión y de algún diálogo que sin duda mojará las bragas de cualquier fan comiquero, X-Men: Fénix Oscura es pura rutina. Quedando a la espera de saber qué pasará con Nuevos Mutantes, seguramente ésta sea la última cinta de X-Men bajo el manto de FOX que veremos en la gran pantalla. La franquicia mutante nos ha dado muchas alegrías y también unos cuantos disgustos. Casi más disgustos, sí, pero por eso las alegrías nos gustaban luego el doble. Los X-Men no eran perfectos, a veces ni siquiera eran buenos, pero lo que sí fueron y espero de todo corazón que sigan siéndolo en Disney es arriesgados e interesantes.
Siempre interesantes.