El cine independiente norteamericano ha vuelto, al menos el que estaba bien, y no estamos muy seguros si esto es bueno o malo, pero os prometo que con Whiplash, no estamos ante otra película indie más.
Pese a que de entrada, tiene todos los clichés para ser la película favorita de todos los Starbucks del país (jazz, borderliners y gente elegante), Whisplash es una trepidante película basada en el esfuerzo, el trabajo duro, el amor y la pasión que persiguen todos los autoproclamados artistas que tienen en la pared de su estudio la foto de sus ídolos.
¿Qué es el odio sino el amor mal entendido? Precisamente entre esos dos sentimientos tan semejantes se mueve la película de Damien Chazelle, que ha conseguido llevar al largometraje su cortometraje más premiado (Whiplash consiguió el premio al mejor cortometraje en Sundance en 2013). Es curioso como al ser una de las primeras películas del director, se puede intuir un equilibrio casi perfecto entre realización (los momentos musicales cercarnos al videoclip en contraposición al desarrollo normal de la película) y guión (J.K. Simmons se disfraza de encantador de serpientes y te hace viajar por la carretera del odio y el amor hacia su personaje durante los 103 minutos de película). Puede que estemos ante una de esas películas que deberían estar de obligado visionado en muchas escuela de cine, sobre todo en aquellas que haya más directores de cine que trabajadores.
Para mí, es una de las mejores películas que podemos ver actualmente sobre el esfuerzo por alcanzar nuestras metas imaginarias frente al duro esfuerzo y trabajo que lleva la consecución de estas. Whiplash es una de esas películas pequeñas a la que siempre tendremos que volver cuándo nuestros sueños estén a punto de apagar su llama, para intentar devolverles algo de calor, pero esta vez con un tempo más rápido.
4 comments