Hace menos de un año se estrenaba Maravillosa familia de Tokio (2016) que continuaba el homenaje que su director había realizado poco antes con Una familia de Tokio (2013) al clásico del cine nipón Cuentos de Tokio (1953) de Yasujirô Ozu.Con esta nueva entrega, Verano de una familia de Tokio, –mejor que la anterior, pero sin la inspiración de la primera- puede cerrarse una trilogía de variaciones sobre la familia y las relaciones familiares, con particular hincapié en el respeto a los ancianos. Humor y ternura no están reñidos con el análisis social y la experiencia –inevitablemente trágica- del deterioro físico y de la muerte. Los mismos actores/personajes invitan a ver los tres títulos en continuidad.
Detrás de la cámara y del guion de Verano de una familia de Tokio se encuentra Yoji Yamada, autor de una filmografía inabarcable a lo largo de nada menos que 55 años de profesión; un estajanovista que, lejos de ir a productos manufacturados, más bien ha recorrido el camino inverso y, tras haberse dedicado al cine de género en el estudio Shochiku a lo largo de muchos años con la serie Otoko wa tsurai yo – Es duro ser hombre (1969-1995) de casi medio centenar de títulos en clave de comedia, inicia una carrera como autor muy libre a la edad en que la gente se jubila.
La torpeza del abuelo Shuzo con el coche lleva a sus hijos a debatir que deje el volante definitivamente; pero Shuzo es terco y quiere hacer su vida. Su esposa viaja con una amigas a Noruega para ver la aurora boreal, deseo que guardaba desde la adolescencia. El mismo día que la hija y sus dos hijos, junto a los cónyuges de cada uno, planeaban una cena familiar para tomar decisiones tajantes y prohibir al abuelo coger el coche tiene lugar una tragedia en la casa.
La resistencia a envejecer y perder facultades, las relaciones entre esposos más frías al cabo de muchos años, la repetición del mismo mal carácter en el hijo que se parece al padre, la dulzura de la nuera enfermera, el equilibrio entre cuidar a los mayores y respetar su libertad, la soledad y abandono del amigo de adolescencia, la tentación de flirtear y comprobar si se sigue gustando… son algunos de los temas de Verano de una familia de Tokio, una obra que, sin resultar genial, mantiene el interés y se ve muy a gusto con su equilibrio entre comedia y drama. Los ancianos han pasado a ser personajes cinematográficos de primera fila en el cine más reciente; la sociedad japonesa muestra un respeto exquisito y una atención amorosa ejemplares, como se aprecia en la pareja del hijo experto en pianos y su esposa enfermera, preocupados y comprometidos con los padres y abuelos. Una obra que se ve a gusto, crece en su última parte más tragicómica y deja buen sabor de boca, además de plantearnos el dilema de cómo tratar a los ancianos.