Le guste o no a sus responsables, la historia de Venom está irremediablemente ligada a la de Spider-man, un personaje de comic conocido por todos. ¿Tiene interés suficiente Venom para prescindir de su eterno antagonista y liarse la manta a la cabeza protagonizando su propia aventura? Probablemente, aunque en esta ocasión se han quedado un poco a medias.
Para empezar, nos deleitan con una introducción que no es que sea previsible, que lo es; sino que es tópica hasta decir basta. Por favor, pero si incluso hay una escena donde un personaje es despedido y se marcha de la oficina con la típica caja de cartón que contiene enseres, una taza y una planta dentro.
Eddie Brock, a quien interpreta Tom Hardy, es un reportero muy irreverente que se dedica a denunciar las injusticias que acontecen en San Francisco. Además, tiene una novia (Michelle Williams probablemente en uno de sus peores papeles) que parece que tendrá algo que aportar pero que acaba haciendo de mujer florero, por lo que lo de empoderada lo dejamos para el siglo XXII, que debe ser que con Wonder Woman tenemos bastante.
Resulta que hay un laboratorio muy poderoso dirigido por un iluminado que se cree un mesías a quien Eddie acusa de actividades poco lícitas, consiguiendo así perder su trabajo y a su novia. Menos mal que del cielo caen unos extraterrestres que necesitan un huésped para vivir y uno de ellos se acaba cruzando con él. Juntos son imprevisibles y sólo ellos saben el mal que podrán causar… o el bien, ¿quién soy yo para juzgar lo que hace cada uno?
Venom en general es entretenida y con momentos interesantes, como cuando Eddie descubre por primera vez que tiene a Venom dentro o el surrealista episodio en la marisquería; pero casi todo sucede de forma torpe y poco natural. No puedes evitar pensar que en la vida real nada ocurriría como está pasando en la pantalla. Los malos actúan con total impunidad como si tuvieran más poder que el ejército: estallando drones por las calles, matando a gente… y la policía mientras tanto a lo suyo. Escenas turbadoras o desagradables las convierten en un chiste, por lo que no te queda otra que tomártelo tú a risa mientras la voz de la sensatez en tu cabeza te dice “pero si no hace gracia que Venom esté desmembrando gente”.
No sabemos si nuestro protagonista es un villano, un antihéroe, un héroe, un psicótico o un popurrí de todo lo anterior. Empatizar con un alien invasor cuya esencia es ser un monstruo y arrancar cabezas para comérselas no es fácil. Si lo haces, te mereces acabar con Leonardo Dicaprio en Shutter Island. Pero precisamente por eso deberían haber puesto más atención a la hora de trabajar el personaje e intentar hacernos entender sus motivaciones o al menos, aceptarlas.
Esa falta de tono, de personalidad, afecta al conjunto al hacer poco creíbles los cambios de actitud de Venom, así como las decisiones que toma. Y eso que la dualidad Eddie/Simbionte nos regala las mejores escenas gracias a un Tom Hardy desatado y en estado de gracia; aunque para muchos seguramente desquiciado en su papel. Pero quién no se desquiciaría ante un personaje que pide a gritos más violencia, caos y oscuridad. De esta forma, Sony sólo ha conseguido que acabemos echando de menos a Spider-man.
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