Aún secándome las lágrimas e intentando recuperar la dignidad y la compostura como buenamente podía, al terminar de ver Vengadores: Endgame, la última cinta de Marvel Studios, el único pensamiento que rondaba mi cabeza: «¿y ahora cómo se supone que tengo que escribir una crítica de esto?». El problema no era el tiempo que iba a tardar en terminar el texto en sí, sino lo que me iba a costar procesar y digerir las tres horas de metraje que acababa de presenciar. Al menos hasta el punto óptimo de ser capaz de formarme una opinión al respecto.
Mi cerebro se ha visto obligado a trabajar a marchas forzadas porque, como todos ya sabéis a estas alturas, Vengadores: Endgame no es una película. Es el clímax de las veintiuna que la preceden. Su propio título ya sugiere que nos encontramos ante el fin de una era. Quizá no sea un final definitivo —Disney no va a dejar de exprimir su gallina de los huevos de oro tan fácilmente, no mientras siga aportando beneficios a mansalva como hasta ahora—, pero sí queda claro que el desenlace de la Guerra del Infinito representa como mínimo un punto y aparte para el Universo Marvel Cinematográfico.
En consecuencia, aquí tocaba ofrecer al espectador algún tipo de cierre. Poco importa que dentro de un par de meses se vaya a estrenar Spider-Man: Lejos de Casa. Los hermanos Russo, Christopher Markus y Stephen McFeely procuran en todo momento fingir que no es el caso. Después de todo, los contratos de ciertos actores con la compañía expiran este año y sin vistas de renovación. Había que tomar decisiones. Y las han tomado. Algunas de ellas van a cabrear a los fans hasta límites insospechados. Otras me han cabreado incluso a mí. Pero, aunque la cuarta entrega de Vengadores no sea completamente redonda, sí que es una conclusión plenamente satisfactoria para el arco argumental que viene trazándose desde que Jon Favreau nos presentase a Iron Man hará once años. Y eso no es moco de pavo.
Notaréis que estoy contando poco de la trama en sí. Y menos que lo voy a hacer. Os pido perdón. Aun así, estoy seguro de que encontraréis cientos de reseñas que estén más que dispuestas a diseccionar su argumento cambio de unos cuantos clics baratos de gente impaciente. Yo os sugiero que no las leáis y que, en su lugar, corráis al cine más cercano y experimentéis en vuestras propias carnes esta desmesurada orgía de regocijo nerd. Y si no podéis hacerlo inmediatamente por el motivo que sea evitad Internet. No entréis en redes sociales. Desactivad los datos móviles en vuestros teléfonos. Cuanto menos sepáis de Vengadores: Endgame antes de entrar en la sala, mejor. Y creedme, la red de redes va a convertirse en un campo de minas para los spoilers. Si es que no lo ha hecho ya.
En ese sentido, no me queda otra que aplaudir al departamento de marketing por cómo han afrontado la promoción del film en sus spots y avances varios: no sólo no han destripado nada de la trama, sino que además han jugado acertadamente al despiste. Es más, podría decirse que incluso nos han mentido a propósito. Y no sabéis cuánto lo agradezco. Ojo, la peli al final da lo que promete y es exactamente lo que nos habían vendido que iba a ser. Pero ciñéndonos única y exclusivamente a lo visto en los tráilers no podríamos adivinar, ni en un millón de años, los derroteros por los cuales nos iban a llevar los guionistas.
Al igual que Infinity War el año pasado, Endgame es un impresionante ejercicio constante de malabarismo. Sus responsables deben encontrar el equilibro a la hora de contar una historia en la que intervienen decenas de personajes —asegurándose de darle a cada uno de ellos al menos un par de momentos de máximo lucimiento—, pero también deben conseguir balancear el tono entre comedia bufa, drama apocalíptico, reflexión intimista y acción hiperbólica. Con el añadido de que esta vez tienen que rematar la faena sí o sí, sin posibilidad de dejar ningún cabo a modo de cebo para vender próximas secuelas.
Sorprendentemente, no hallaremos esta vez ninguna escena durante los créditos. Tampoco después de estos. Insisto, sabemos perfectamente que ésta no es una despedida definitiva, pero todos sus implicados parecen más interesados en que el público abandone la sala pensando en lo que acaba de ver y no en las ganas que tiene ya de ver lo que estrenará Marvel dentro de unos meses.
En ese sentido, y en muchos otros, Endgame es una bestia muy distinta a Infinity War. A su vez, una resulta ser el complemento ideal para la otra. En cuanto a calidad no creo que haya mucha diferencia entre las dos —cada cual tendrá sus filias y sus fobias, pero en mi caso aclaro que para mí ambas rozan la excelencia—, pero sí en cuanto a tono, ritmo y pretensiones. Esto es lo más parecido que vais a ver nunca a un episodio de The Leftovers protagonizado por superhéroes. En todos los sentidos que se os ocurran. Y que conste que lo digo a modo de piropo. No os llevéis a engaño, eso sí. Los hermanos Russo dirigen la acción como nadie y si creéis que van a perder la oportunidad de sacarse la chorra una última vez estáis muy equivocados.
Por último, me gustaría dedicarle una mención de honor a los que van a ser los mayores damnificados por este estreno: estoy hablando, por supuesto, de los guionistas de Agentes de SHIELD. Llevo sufriendo por ellos desde el estreno de Vengadores: La Era de Ultrón y su situación no ha hecho más que empeorar con el paso de los años. Sencillamente, no concibo un universo en el cual Jed Whedon y Maurissa Tancharoen vean Endgame sin sentir el impulso irrefrenable de ir corriendo a empaparse de gasolina y prenderse fuego.
Decisiones controvertidas, agujeros argumentales desde la propia premisa y colaterales dolores de cabeza para los showrunners de la desdichada serie de ABC aparte, Vengadores: Endgame es un logro sin precedentes. La mejor culminación posible con la que podría soñar cualquier fan. Un blockbuster modélico, arriesgado, emotivo y que no tiene derecho alguno a funcionar tan bien como lo hace. Los Vengadores se despiden por la puerta grande y sin lugar a dudas dispararán las acciones de Kleenex durante las próximas semanas. Lo que no tengo tan claro es si lo harán debido a las lágrimas de emoción que provocan sus últimos compases o a los abundantes ríos de lefa que derramarán millones de frikis al ver cómo las viñetas cobran vida de un modo tan espectacular que ni en sus mejores sueños húmedos podrían haber imaginado.
Nos reencontraremos con nuestro arácnido favorito dentro de muy poco tiempo, pero para entonces ya nada volverá a ser igual que antes.