Velintonia 3 es más que un documental: es una arqueología de la memoria literaria española que llega a las carteleras el 28 de noviembre. Tras cuatro décadas de silencio, la emblemática casa madrileña del Premio Nobel Vicente Aleixandre reabre sus puertas a través de la mirada cinematográfica de Javier Vila para revelar las capas de historia, poesía y resistencia que sus muros guardaron durante el siglo XX. Mediante la combinación de testimonios de poetas que vivieron esa era como Vicente Molina Foix y Jaime Siles, narraciones de actores andaluces como Antonio de la Torre y Ana Fernández, y una arquitectura sonora muy particular, el documental de Vila no solo se conforma con una mera reconstrucción nostálgica sino que convierte la casa de Aleixandre en un instrumento vivo. Hablamos con Javier Vila sobre los desafíos de filmar la ausencia, la responsabilidad ética de contar historias de represión y libertad, y cómo una casa puede ser mucho más que ladrillo y cal y convertirse en un monumento vivo a la dignidad del arte.

¿Cuál fue el momento exacto que te llevó a decidir realizar un documental sobre Velintonia y la figura de Vicente Aleixandre?
Todo surgió a partir de una canción del grupo Maga, que se llama La Casa del Número 3, la única canción que se ha escrito sobre la casa, sobre Velintonia. Fueron a interpretarla en la propia casa y, a partir de ahí, nos llegó a nosotros la historia, porque conocemos a la gente del grupo. Hicimos una visita a la casa, una visita muy similar a la que se ve reflejada en la película. Siempre me han gustado mucho los espacios vacíos y toda esa magia que hay en torno a ellos, pero me pareció increíble el estado en el que estaba la casa, el abandono absoluto. Llevaba unos 40 años cerrada, vacía, con humedades, con trozos de techo caídos, desconchones, las marcas de la cama donde Aleixandre escribió toda su obra, todas esas huellas que quedaban ahí. Me parecieron súper interesantes.
También me impresionó mucho la historia de Aleixandre, uno de los grandes de la literatura universal, premio Nobel, y sin embargo un gran desconocido; me incluyo entre quienes sabemos muy poco de él. Imagina un Lorca o un Miguel Hernández que hubiera vivido hasta los 86 años, atravesando toda la historia de España. Ese vínculo de Aleixandre con la casa, esa casa convertida en una especie de templo de la poesía del siglo XX por la que pasó toda una generación, me parecía increíble que no se hubiera contado.
Ese concepto de amistad fue uno de los grandes salvavidas de la vida de Aleixandre, construyendo todo un ritual de visitas y horarios para que el mundo llegara a él de una forma organizada.
Javier Vila, director de Velintonia 3
Además, estaba todo el potencial cinematográfico del propio abandono y de esas imágenes. Aleixandre tuvo una enfermedad crónica desde joven que le llevó a llevar una vida muy hacia adentro, casi zen, y me parecía muy sugerente construir un personaje a partir de todas esas huellas de la casa y, al mismo tiempo, ofrecer un punto de vista visual casi claustrofóbico, como el de alguien que siempre está dentro de casa, que conoce los recovecos y el pequeño rayo de luz que entra a una hora precisa. También nos interesaba mucho el sonido, porque es fundamental. De hecho, la banda sonora se ha creado a partir de todo el material sonoro que estuvimos grabando en la casa: los crujidos del suelo, los mínimos detalles, esa sensación de encierro de alguien que vive siempre ahí. Toda esa mezcla fue, en realidad, lo que nos llevó a embarcarnos en el proyecto.
Hay un momento en el documental en el que el propio Vicente Aleixandre, en una de las declaraciones grabadas, dice que la Generación del 27, más que un grupo de poetas, era un grupo de escritores que además era un grupo de amigos. Me gusta que ese concepto que vertebra todo el documental: la amistad, en un sentido amplio, la amistad incluso a pesar de los roces que había entre ellos. Velintonia era un lugar de encuentro de amigos: ¿eso lo tenías presente desde el principio o fue surgiendo sobre la marcha?
Fue surgiendo, pero es verdad lo que dices: en cuanto tiras un poco del hilo, te das cuenta de que, a lo largo de todas las generaciones, todos coinciden en esto. Todos se sentían atraídos por él porque era una persona muy especial; era extrovertido, muy entrañable, y en eso coinciden todos los testimonios. Para él, la amistad era uno de sus grandes leitmotivs, junto con el amor, del que también se le considera poeta, pero decía que la amistad era la forma más pura del amor porque no esperas nada a cambio y, por eso, tuvo tanta importancia en su vida.

Creo que, además de su carácter, que ya de por sí atraía a la gente, le tocaron unas cartas complicadas con la enfermedad y el tipo de vida que llevó, y la amistad también le servía como sostén. Se nutría de la experiencia vital de quienes iban a su casa, era como si el universo viniera a él, y utilizaba todo eso como experiencia humana y también creativa. De las historias que le contaban, acababa levantando después muchas de sus imágenes poéticas. Así que sí, este concepto de la amistad fue uno de los grandes salvavidas de su vida, teniendo en cuenta ese hándicap. Apenas salía de casa, pero tenía mucho tiempo de reposo y había creado todo un ritual de visitas y horarios para que el mundo llegara a él de una forma organizada. Creo que fue una de las grandes maneras que encontró para adaptarse al mundo.
Otro de los aspectos del documental que me parece muy interesante es la reivindicación de algunas figuras femeninas, como Carmen Conde y esa Academia de Brujas de la que se habla. Esa idea de resistencia y empoderamiento que, con la llegada del franquismo, quedó claramente relegada. ¿Cómo fue incorporar esa parte femenina que tantas veces ha quedado olvidada de esa generación?
Pues con toda la naturalidad del mundo, porque es algo que ocurrió de manera muy orgánica. En la planta baja estaba todo ese ambiente de poesía y de creación en torno a Aleixandre, y arriba, en la planta superior de Velintonia, vivían Amanda Junquera y Carmen Conde, que eran pareja, y allí se fue generando también ese otro clima, esa especie de espíritu de Velintonia en clave femenina. No fue algo muy buscado o planificado para el documental, sino algo que surgía espontáneamente de lo que pasaba en la casa.
En esa planta alta, en el número 5, estuvo la llamada Academia de Brujas, y allí se gestaron muchas historias. Carmen Conde, además, tenía una agenda en la que lo anotaba todo, era casi maniática de la documentación, y ese cuaderno es muy interesante porque permite construir una historia a partir de episodios cotidianos y del lado más humano de la gente. En esas notas se habla de cosas muy naturales de Aleixandre: cómo era, cómo no era, qué poema escribió por tal motivo. Hay un material riquísimo ahí que incluso habría merecido estudiarse todavía más a fondo.
En el documental cuentas también con dos generaciones de poetas y escritores: Vicente Molina-Foix, Guillermo Carnero, Jaime Siles, y otros poetas más jóvenes como Raquel Lanseros o Juan Gallego Benot. ¿Te parecía importante mostrar ese nexo de unión entre esas dos generaciones?
Sí, porque es un reflejo de cómo era Velintonia 3. La casa era un lugar de reunión y Aleixandre funcionaba como una especie de conector de generaciones, lo que hoy se llamaría una red de networking, porque ponía en contacto a los jóvenes poetas del momento, que son ahora nuestros protagonistas octogenarios. Ellos iban allí con 18 o 20 años y Aleixandre los relacionaba entre sí: les decía a quién leer, a quién conocer, y así se tejía esa trama entre distintas promociones literarias que ellos mismos cuentan en la película.
En el documental, el sonido y la música funcionan como una forma de traer de vuelta todo lo que ocurrió allí.
Javier Vila, director de Velintonia 3.
Para esos jóvenes era impactante: llegaban con 18 años y, de pronto, se encontraban en casa de un poeta consagrado por donde pasaba mucha gente del mundo de la cultura. Mostrar esta red servía para reflejar esa conexión y ese punto de unión entre todas las generaciones. Para mí, además de contar al espectador todo lo que ha pasado por allí, era importante que al ver la película se sintiera esa energía coral. Están, por un lado, las memorias vivas de aquellos jóvenes que ahora recuerdan su historia y, por otro, todos los que ya no están: los del 27, Neruda, Miguel Hernández, los del 50, presentes a través de cartas y textos.
También queríamos que la nueva generación de poetas que conoce hoy la casa formara parte de esa historia, igual que el propio equipo del documental. De ahí surge también la parte más artística: una especie de ritual o ceremonia en el jardín, emulando el espíritu de Velintonia, con Llorenç Barber y Montserrat Palacios en un rito de campanas, lecturas de poemas a cargo de los poetas jóvenes y una banda sonora que recoge los ruidos de la casa, componiendo ese relato coral que expresa la conexión que desprende Velintonia.
Otra de las decisiones que tomas en el documental es incorporar actores andaluces, como Antonio de la Torre, Manolo Solo, Mona Martínez y Ana Fernández para dramatizar ciertos escritos y cartas. ¿Por qué decidiste que fuesen ellos?
En Andalucía hay mucho talento; qué voy a decir. Y, además, me interesaba mucho que, dentro de esa visión coral, no estuvieran tanto “interpretando” como tal, sino siendo ellos mismos: actores y actrices que simplemente leen unos textos. La idea era que no sonara muy interpretado ni muy dramatizado, sino como una especie de voz interior que se activa cuando lees y escuchas leer un texto. Y es que a mí ellos me parecen, sinceramente, de los mejores. Tuvimos la suerte de contar con ellos pese a que estaban todos muy liados de rodajes: Manolo Solo con una serie sobre el 23F y otra película, Ana Fernández en una serie diaria, todos a contrarreloj. Aun así, encontraron un hueco y pudimos poner sus voces al servicio de todos aquellos que ya no están.

Has hablado de la música y de cómo la sonoridad de ese espacio vacío que antes mencionabas es fundamental en el documental. Como se dice en el propio filme, la casa funciona casi como un instrumento vivo. ¿Cómo surgió la idea de utilizar la casa también como un espacio con eco?
Para mí era un poco como estar dentro de la cabeza de Aleixandre, ese punto de vista de alguien que siempre está en casa. Igual que con la imagen se hace un recorrido por los pequeños detalles —una araña que pasa, una grieta, una luz— con el sonido sucede lo mismo: me interesa captar los silencios, los pequeños ruidos, los crujidos, e incorporarlos a la banda sonora. Velintonia 3, además, fue un lugar muy musical: por allí se reunía la Generación del 27 y Lorca tocaba el piano de la madre de Aleixandre en muchas de esas reuniones. Queríamos recuperar también esa especie de magia, con un piano muy presente, pero tratado con reverberaciones, como un eco que suena siempre a lo lejos, como si la música pudiera seguir sonando en la casa.
El montaje y el ritmo de la película son lentos, contemplativos, muy minimalistas, y por eso me parecía importante que la música estuviera casi todo el tiempo, no solo en forma de piezas de piano, sino como un latido interno, un colchón o paisaje sonoro que va pulsando continuamente. Igual que traemos de vuelta las historias contadas, la idea era que el sonido y la música funcionaran también como una forma de traer de vuelta todo lo que ocurrió allí.
Velintonia, 3 (Javier Vila, 2025)


Entrevista a Javier Vila realizada el 11 de noviembre de 2025 dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla por Paco Casado. Editada para aportar claridad.