Las fechas no engañan: entre La pointe courte (1954) y Varda por Agnès, documental terminado apenas unas semanas antes de morir, a finales de marzo de 2019, hay una vida plena dedicada durante 65 años a cine, fotos o arte con imágenes. Muchos años para una obra no demasiado extensa, siempre comprometida y en diálogo con la gente. Lo dice la directora al principio de este trabajo: para hacer una película es necesario inspiración, creación y compartir. Somos muy afortunados al recibir este regalo de película que Varda puso en pie los últimos meses de su vida.
Los créditos dicen “Una película dirigida y comentada por Agnès Varda” y es que su voz y su testimonio son el soporte que sustenta una rica variedad de imágenes fijas y móviles, documentales y argumentales, textos, palabras, miradas… y, en fin, las visiones del mundo de la cineasta. Como si se tratara de unas memorias o una autobiografía fílmica, Varda escribe la película y da a conocer su escrito al público desde un escenario de teatro o sala de cine. Más que contar su vida, cuenta su trabajo. Ojo, tiene el suficiente pudor para hablar de sí misma el mínimo, pero queda patente que su trabajo es su vida. Ese pudor y la talla humana se evidencian en la anécdota de la visita al edificio de Bruselas donde nació. Fue a verlo con la intención de documentar y evocar para el cine su infancia, pero quedó fascinada por un matrimonio coleccionista de miniaturas de trenes que vivía allí. Resultado: abandonó el propósito de filmar algo sobre su infancia y lo cambió por un documental sobre los coleccionistas ferroviarios…
Varda por Agnès proporciona información sobre aspectos menos conocidos de la cineasta, como son sus inicios como fotógrafa de teatro y su dedicación —en la era digital, ya anciana— a las instalaciones artísticas, como la “Patatautopía” que lleva a la Bienal de Venecia, el homenaje a los “justos” (personas que protegieron a judíos durante el nazismo) de Francia en el Panteón parisino o las pantallas con testimonios “Las viudas de Noirmoutier”. Es un placer comprobar que los años no han mermado la curiosidad, el humor y la desbordante humanidad, transida de ternura, de esta mujer.
Comenta también sus películas, desde los inicios con sus exploraciones nuevaolistas La pointe courte o, sobre todo, Cléo de 5 a 7, filme que se convierte en cita obligada cuando se teoriza sobre la narración en tiempo real. Queda patente su mirada inquieta, juguetona, pero también sus obras más comprometidas, tanto en el cine más político, como el corto sobre los Panteras Negras de 1968 o el documental sobre pintadas en Los Angeles, como en la perspectiva feminista (Una canta, la otra no) o diversos retratos de mujeres, entre ellos el documento Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe y la desabrida Sin techo ni ley. Son más personales y emotivos sus trabajos donde dirige su mirada al círculo familiar, como en los homenajes a su marido, L’univers de Jaques Demy y Jacquot de Nantes o en Las playas de Agnès, con que celebra sus 80 años.
Su cine alcanza la magia en muchos momentos y logra una notable difusión con el díptico Los espigadores y la espigadora y Dos años después (2000-2002), filmando a gente que vive de desechos, y con la espléndida Caras y lugares (2017), modelo ejemplar de filme de arte en nuestro tiempo. Estas películas testimonian la nobleza de Varda en su mirada: «Nunca he hecho una película sobre la burguesía, sobre los ricos, sobre la nobleza. Mis opciones han sido mostrar a las personas que son como todos y ver que cada uno de ellos tiene algo especial, interesante, infrecuente y hermoso». Y esto queda al final de estas espléndidas memorias audiovisuales: una mirada generosa, llena de empatía, capaz de sorprenderse de la vida de cada día. Todo un modo de ser y estar en el mundo.