¡La comedia francesa se va de vacaciones! El director Arnaud Lemort, un desconocido por estos lares, vuelve a ponerse detrás de una cámara después de siete años para dar a conocer a una familia muy peculiar que va a hacernos una visita en Un verano en Ibiza. El señor podólogo Christian Clavier deja por un tiempo su consulta y hace las maletas para acompañar a su novia y sus hijos a la bella isla de Ibiza, donde todo puede pasar y donde nada ocurre por casualidad. Unos días que servirán ¡eso cree él! para limar asperezas con los adolescentes y establecer unos vínculos de afectividad fuertes y maduros. Las diferentes aventuras que pasarán allí pondrán a prueba sus nervios, su frágil amistad y una moralidad entendida de diferente manera. En ocasiones los jóvenes se convierten en adultos y estos a su vez en niños pequeños que deshiniben sus vergüenzas encima de un escenario de discoteca, un mundo al revés que solo puede darse en este lugar tocado por la varita mágica de la fiesta.
Todos los tópicos que solemos creer a pies juntillas de este lugar se hacen realidad en los ojos de Philippe, un carroza que no pega ni con cola en esta vie boheme, teñida de polvo blanco y pastillitas de colores y sin sabores que se pasan de mano en mano como caramelos. Después de visitar el festival del solsticio de verano en la aldea sueca de Hälsingland con Midsommar, ya nada nos parece raro ni extraño. En Ibiza son menos bestias eso sí y los efectos de las drogas no dejan víctimas por el camino disfrazadas de oso. Aquí la fauna también viste de blanco, lleva en ocasiones coronas de flores y bailan hasta desfallecer pero en locales más modernos sin pinturas murales pero con carteles gigantes como reclamo y unas colas y listas de espera que pueden volver loco a cualquiera. La música no es tocada por violines o instrumentos de cuerda antiguos sino por modernos iPod y los protagonistas vuelan algo más seguros que los ancianos del lugar ¡Ibiza en estado puro!
La mezcla de generaciones en este idílico lugar está servida. Amores de verano y locuras en piscinas hasta las tantas de la noche, con una búsqueda de Susan desesperada dan paso a excursiones por callejuelas atestadas de gentes de fuera que exhiben sus símbolos y costumbres lejos de su hogar o a paseos en paradisiacos casoplones convertidos en basureros por la mano del guionista. Todo vale con tal de hacernos reír, el problema es que este humor es muy de andar por casa, demasiado predecible. Ni siquiera las bellas puestas de sol o rayos verdes, contrastando con la lluvia francesa, nos llaman demasiado, es como si algo detuviera al director, como si alguien parara su cámara y menguara su visión. Clavier en una entrevista ya nos dijo que es difícil hoy en día hacer una buena comedia siendo políticamente correcto. Un verano en Ibizalo es ¡y mucho! no llega a los extremos porque quizás no se lo iban a permitir, una pena de lo que es y lo que pudo ser, una mala suerte que se queda en golpes y caídas de patinetes o accidentales tropezones en yates, locas carreras escapando de enfurecidos ricachones o conciertos estridentes con gogos subidas a tarimas y Drag queens en plataformas que desparraman su publicidad y sex appeal a todos aquellos que han venido a buscarlo.
No esperéis un viaje organizado con guía que cuente las maravillas de estas tierras, Arnaud Lemort prefiere una noche que confunde en la que Batman puede aparecer en cualquier lugar, hasta una sala de espera de un hospital.