Dice Ava DuVernay que Un pliegue en el tiempo está concebida para niños de doce años o para despertar a todos los niños de doce años que llevamos dentro. Personalmente, no sé si mi niño de doce años interior se ha muerto del todo o es que la película provocaría risa hasta en la persona menos cínica del mundo, pero lo cierto es que me lo he pasado muy bien viéndola. Tristemente, no de la forma que DuVernay esperaba.
Supongo que lo de “es que no la entendéis, si tuvierais doce años sería otro rollo” es la manera de explicar que Un pliegue en el tiempo está hecha pensando en la audiencia como si tuviera problemas serios de entendimiento. Quizá por ello la película está continuamente explicándose a sí misma de maneras que harían avergonzarse a Christopher Nolan: cuando están en un lugar, un diálogo explica qué es ese lugar y qué hacen ahí, los personajes verbalizan continuamente cómo se sienten e incluso repiten diálogos de hace dos minutos, para el espectador menos atento. No tiene mucho secreto: uno se enteraría de Un pliegue en el tiempo aunque al mismo tiempo estuviera tuiteando, viendo otra película en el móvil y escribiendo la gran novela americana. Y, aún así, se quejaría de que es repetitiva y simple.
Y es que esta especie de remake descafeinado de Steven Universe es… sencillo de entender, por decirlo así. Resulta que Meg es una niña que perdió a su padre (que hablaba continuamente del poder del amor. Ojo, avezado espectador, este detalle será útil más adelante, cuando todo se solucione gracias al poder del amor) hace cuatro años de forma desconocida. Meg tiene un hermano repipi y sabihondo llamado Charles Wallace, que conoce a una señora misteriosa llamada Señora Qué (Reese Witherspoon, añorando en cada fotograma volver a Big Little Lies) y la lleva a casa por las noches para dios sabe qué. Esperad, que la cosa mejora.
Un buen día, un chaval que pasaba por ahí llamado Calvin (que no hace nada en toda la película salvo pasar por ahí y estar de fondo) termina viajando (perdón: “teseractando”, gracias al poder del Teseracto. Nada que ver con Marvel, por lo visto) entre dimensiones con Meg y Charles Wallace con la ayuda de la señorita Qué, la señorita Quién y la señorita Cómo. ¿El motivo? Encontrar al padre de Meg extraviado por ahí. Pista: el poder del amor será importante. Y quien dice “importante” dice “la solución a cualquier problema de la trama”.
Uno puede aceptar estas tramas y guiones de juzgado de guardia (en serio, Jennifer Lee, ¿no pensaste en darle una revisión más para pulir esos diálogos forzados?) si la película ofrece aventuras y efectos especiales a mansalva, pero, al final, tenemos a unos críos actuando enfrente de una pared verde sin saber lo que pondrán en post-producción y efectos visuales que parecen sacados de una película de bajo presupuesto de la época de ‘Harry Potter y la piedra filosofal’, consiguiendo que lo que debería ser un espectacular vuelo a bordo de una mágica criatura termine siendo un extraño paseo a bordo de una lechuga voladora. Y es solo el principio.
Le reconozco a Un pliegue en el tiempo lo poderosa que es visualmente en dos escenas: una en un vecindario residencial y otra en la que Meg descubre, con unas gafas mágicas, un complejo engranaje que no debería conocer a su edad. Visualmente cumplen, pero ojalá tuvieran algún tipo de sentido o justificación en el guión más allá de “Uf, madre mía, sí que pasan cosas locas en este sitio, ¿no?”.
Pero hablemos del guión durante un momento. Un guión debería mostrarnos a varios personajes en la búsqueda de un objetivo común y personal. En este caso, Meg es un personaje tridimensional (más o menos): tiene traumas y defectos que debe aceptar y dedica la vida a llorar por su padre y, ya de paso, a buscarle con la consabida fuerza del amor. Su hermano tiene como objetivo, suponemos, ser irritante, y Calvin tiene el objetivo de, bueno, no sé, estar ahí de pie e intentar molestar lo menos posible. El arco de personaje de Calvin y el resto de personajes ni está ni se le espera.
Si no funciona el guión ni los efectos especiales, ¿cumplen al menos las actrices? En un reparto lleno de estrellas, raro será que alguna no dé una lección de actuación, ¿verdad? Efectivamente: todo el mundo está muy convincente en su papel de “Me apetece hacerme una piscina nueva en mi mansión, a ver si cobro ya y me largo”. Reese Witherspoon y Mindy Kaling están totalmente desaprovechadas, y sus intentos cómicos son más frustrantes e irritantes que otra cosa, Oprah Winfrey se dedica a hacer lo que mejor sabe (ser Dios y caer bien sin necesidad de aprender a actuar) y tanto los niños como las estrellas invitadas (Chris Pine, Zach Galifianakis) tienen una fabulosa expresión facial de estar viendo una pantalla verde continuamente en lugar de increíbles mundos lejanos. La sensación se acrecienta cuando uno comprueba que esta película contiene los chroma keys más vagos y lamentables del cine americano en años.
¿Recomendaría Un pliegue en el tiempo? Por supuesto. Con amigos, esta experiencia es magnífica gracias a sus diálogos sin sentido recitados con vehemencia, su trama confusa dentro de su sencillez y las apariciones de una Oprah Winfrey a la que ya le da igual todo. Un desastre de proporciones épicas que poco tiene que ver con la Selma que dirigió anteriormente DuVernay. Sinceramente: si tenéis la oportunidad de verla en cine, rechazadla. Teseractaros (ay) hacia la película cuando salga en una plataforma online y disfrutadla como se debe: entre risas incontrolables (ojo a la “táctica del tirachinas”), aplausos (cuando la película termine tras veinte falsos finales) y abucheos (a todo lo demás).
Las palabras se quedan cortas para describir esto. A su manera, imprescindible.