Los escritores Álvaro Cunqueiro y Wenceslao Fernández Flórez dejaron patente en sus más célebres textos la peculiaridad de una cultura tradicional gallega donde lo tangible y los entes fantasmales y sucesos sobrenaturales parecían convivir en cierta armonía. Lo real y lo mágico coexistían de forma casi natural. Diana Toucedo, cineasta procedente de la escuela ESCAC y montadora de algunas de las cintas señeras del cine indie español, traslada al cine algunos aspectos abordados por sus dos ilustres paisanos en Trinta lumes, su ópera prima en el largometraje. Lo hace mezclando ingredientes propios del cine fantástico con otros elementos documentales. Ambos aspectos ya aparecían en sus trabajos previos como cortometrajista.
La realizadora dio prueba de su interés por los ambientes fantasmagóricos en Ser de luz, mientras que su preocupación por el mundo rural y las tradiciones gallegas estaban presentes en las cintas En todas as mans, centrada en la gestión comunitaria de los bosques, y Por que non cantades todas, donde recogía los cánticos populares de Serra do Candán.
El resultado es una película atípica que navega entre géneros y combina características propias del filme etnográfico con las leyendas y creencias en el más allá propias de la zona de España que retrata la película. Especialmente notable es la creación de una atmósfera casi terrorífica gracias a la plasmación en imágenes del exuberante entorno natural, las inclementes condiciones meteorológicas y las ruinosas casas abandonadas.
Por otra parte, la realizadora recoge las labores y tradiciones propias del lugar, pero mostrando cómo las nuevas generaciones asumen el legado de sus mayores y lo incluyen dentro de un estilo de vida donde conviven pasado y presente. A la vez, Trinta lumes refleja la casi inexorable despoblación de los pueblos y la añoranza de aquellos que vivieron en aldeas llenas de vida y en las que ahora solamente quedan muy pocos vecinos.
Quizá el gran problema de Trinta lumes sea una cierta dispersión. Toucedo trata asuntos interesantes y lo hace con sensibilidad y un evidente gusto visual, pero no siempre ahonda demasiado en cada uno ni logra que cada una de sus partes conviva con el resto de manera más o menos orgánica.
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