Probablemente Paul Thomas Anderson sea el cineasta americano más libre que existe. Y no me refiero a la libertad de poder hacer la película que quiera, que también. Hablo más de una libertad mental de escribir, filmar y, en definitiva, narrar como si él mismo fuese el único espectador de su propia obra. Magnolia ya suponía una revolución con la sana intención de matar el concepto de secuencia cinematográfica y la esclavitud del espacio-tiempo. Con el tiempo, Anderson se ha ido radicalizando, convirtiéndose en ese cineasta incapaz de hacer una película normal.
Se nos había vendido que The master era una historia sobre el origen de esa cosa tan curiosa de Tom Cruise llamada la Iglesia de Cienciología. Obviamente, Anderson está incapacitado para hacer algo parecido a un biopic. La anécdota argumental de The master es bien simple: Freddie vuelve de la Segunda Guerra Mundial, perdido y traumatizado, y encuentra en Lancaster Dodd algo parecido a una guía para exorcizar sus demonios. Por el camino Freddie descubrirá que el Maestro no está mucho menos perdido que él, que en realidad lo único que hace es intentar encontrar un camino por muy descabellado que parezca.
En este duelo de personajes es donde The master encuentra su sentido. Lo que interesa a Anderson, entre otras cosas, es entender qué lleva a una persona a buscar la aceptación del otro o del mundo que le rodea. Freddie representa la libertad del caballo desbocado que ni siquiera sabe que quiere ser domado. En cambio Lancaster busca la libertad mediante el entendimiento de qué es aquello que nos impide desarrollarnos como personas. Por el camino, el maestro desarrollará los más descabellados métodos para llegar a su objetivo, completamente inconsciente, o no, de lo perverso de su propuesta.
The master es la película más críptica de Anderson pero a la vez es la más humana debido a la asombrosa naturalidad de sus actores. Joaquin Phoenix despliega sus dotes de perturbado en un registro que lo hace físicamente depravado. Impresionante la labor de cámara que consigue extraer unas sombras en su rostro que dan verdadero pavor. Por su parte, Philip Seymour Hoffman muestra su afabilidad habitual para encarnar al personaje más oscuro de todos, no por sus intenciones sino porque precisamente nunca llegamos a ver del todo el fondo de su alma. Para rematar, Amy Adams desarrolla la perversidad de la inocencia aparente, la crueldad no vista, la perversidad del ser humano realmente manipulador.
Todo este caudal de trascendentalismo Anderson lo filma con una belleza subyugante que nos hace estar embobados ante la pantalla aunque en ciertos momentos no entendamos muy bien lo que se nos está queriendo decir. En cierto modo es como cuando Kubrick, cineasta con el que Anderson es comparado cada vez más, hizo 2001 y manifestó que su intención era hacer una película emocional y espiritual más allá de lo simplemente narrativo.
Al final, Anderson nos está hablando de lo que nos viene hablando en todas sus películas: la libertad, la familia y el amor. La libertad de Frank T.J. Mackey para inventarse su propia personalidad huyendo de su padre, el deseo de Dirk Diggler por tener algo parecido a un entorno familiar dentro de la industria del porno, la ambición de Daniel Plainview por dar un futuro a su hijo y aceptar a un falso hermano o el ansia de ser amado de Barry Egan. Como los grandes directores, Anderson termina siendo preso de si mismo y acabará haciendo siempre la misma película una y otra vez. Y que nosotros lo disfrutemos.
0 comments
Para mí es una película pretenciosa en la que te cuenta la historia de unos personajes con los que no empatizas en ningún momento de la película, por lo que te dan igual. Hay situaciones e hilos que aparecen pero que no se aprovechan mientras que se detiene en exceso en otros pocos relevantes.
Las interpretaciones de los dos protagonistas y la puesta en escena son estupendas, eso sí.
Pero me aburrió soberanamente
Un slaudo 🙂