Tenía muchísimas ganas de enfrentarme a The Florida Project, la nueva película de Sean Baker, que hasta la fecha siempre ha logrado hipnotizarme con sus historias plagadas de personajes a veces moralmente cuestionables pero siempre profundamente humanos; esas personas a las que ni el cine ni la sociedad tiende a prestar mucha atención o a empatizar con ellos, pero que al fin y al cabo están ahí. Afortunadamente, las altas expectativas que tenía puestas en ella se han cumplido con creces.
The Florida Project, en el fondo, no deja de ser una especie de spin-off de Tangerine protagonizada por niños quinquis. No sólo por ser también un caramelo visual hortera de primer nivel, sino por su estructura que recuerda mucho a la de ésta: escenas grotescas, cómicas, emotivas, cargadísimas de mala leche y en ocasiones incluso estremecedoras se suceden orgánicamente sin que el tono general de pochez festiva y marginal se resienta en ningún momento.
Porque la cinta es una fiesta. Una fiesta sobre la crisis, sobre el fin de la infancia, sobre economías paralelas y sobre la ironía que representa el vivir al lado de Disneyland sin poder permitirte pagar una entrada. El milagro es que todos sus mensajes se entiendan perfectamente sin que el director nos los tenga que restregar por la cara de forma constante, aunque Baker tampoco sea un cineasta que se caracterice por su sutileza. El guión consigue ser provocativo, subversivo y borrico sin necesidad de ocultar el enorme corazón que tiene y no le cabe en el pecho.
Con una nominación merecidísima al Oscar a mejor actor secundario, Willem Dafoe nos ofrece una de las mejores interpretaciones de su carrera. O, como mínimo, una de las más tiernas. A veces cuesta ver a este hombre en papeles agradables, por lo que se agradece un cambio de aires de vez en cuando. Pero las dos grandes sorpresas actorales vienen de la mano de Bria Vinaite y Brooklynn Prince (aka. Lo Más Bonico del Planeta) en el papel de madre e hija en una relación muy complicada pero cargada de una ternura creíble pese a las circunstancias.
Quizá no sea perfecta, quizá el ritmo flojee un poco durante el segundo acto, quizá haya demasiadas distracciones por el camino, pero su final es completamente redondo. Los últimos cinco minutos de The Florida Project son tan poéticos, tristes, bellos y conmovedores que no puedo hacer otra cosa que no sea recomendársela a todo el mundo, aunque sea plenamente consciente de que alienará a gran parte del público y que más de uno querrá tirármela por la cabeza después de verla.
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Me ha encantado ???