Del mismo modo que se alaba una y otra vez la figura de Quentin Tarantino hasta extremos que cercenan la razón humana, poniendo de manifiesto la gran habilidad que ha tenido el director para crear grandes historias y diálogos, basándose en lo que otros ya han hecho (y ahí pueden ver ese video que anda por internet, que desgrana todas las inspiraciones de Tarantino), pocas veces se habla bien de Seth MacFarlane, tal vez porque en España no sabemos ni qué cara tiene, demostrando con sus dos anteriores trabajos que rema en la misma dirección que el creador de Pulp Fiction, haciendo un gran uso de la cultura popular más comercial, mezclándola con homenajes al cine clásico, lleno de artificios y números musicales, mientras todo queda envuelto en grandilocuentes chistes de mierda. Pero de una forma literal, nada que ver con la calidad de estos.
En Ted 2, asistimos a lo que hubiera pasado si Frank Capra, en su defensa a ultranza del hombre medio americano y sus derechos, hubiera tonteado en demasía con el humor más soez, macarra y chabacano que hubiera existido nunca. Ted, disfrazado de un James Stewart de algodón, emprende un viaje entre la metafísica y la identidad del ser humano, que sorprende por la dureza de su mensaje, y es que tal vez, MacFarlane nos demuestre que el humor funciona en dos direcciones; una, la fácil, la del chiste de semen y bullying al fandom más friki, y otra, aquella que sirve para denunciar a la clase más baja de los Estados Unidos, la que se mueve bajo el radar de los grandes medios.
Pero es una película de Seth MacFarlane, que no se nos olvide, y la moraleja de su mensaje típico del cine de los años 50 (y que hemos podido ver en algunas de las historias de Padre de Familia, siempre protagonizadas por Stewie y Brian, los personajes más maduros que ha creado) queda relegada a un segundo plano cuando se trata de hacer ‘lo que ha venido a hacer’. Entrener sin dejar títere con cabeza, perdiendo el respeto a figuras del star system americano, a través de cameos con más o menos suerte, y sobre todo, a una delicada y dedicada elaboración de chistes que funcionan por lo bien estructurados que están.
Porque, no se nos olvide, estamos ante una película de ‘el tío ese que hace la serie del gordo y el niño cabeza-melón’, y sus esquemas narrativos siguen en la línea estructural de la animación, y siempre que perdamos el interés en el enfarragoso sistema de los derechos civiles americanos, podemos ir a nuestro rincón de pensar en el que nos enajenamos de la realidad y en el que pensamos que estamos viendo la adaptación, bien hecha, a imagen real de una serie de animación.