Cymothoa exigua es el nombre científico de un tipo de crustáceo isópodo que vive a base de adherirse a la lengua de los peces, disolverla y terminar sustituyéndola. Es una imagen mental terrorífica, pero la realidad es que el pez no sufre daño (el parásito se alimenta de las mucosas de su anfitrión, pero este puede seguir alimentándose sin problema) y visualmente, sería complicado darnos cuenta de qué está pasando. La enfermedad que afecta a Tusker (Stanley Tucci) en Supernova, la nueva película de Harry Macqueen (Hinterland) es algo más compleja, pero para él funciona de forma similar: ya no se siente como la persona de la que Sam (Colin Firth) se enamoró; Tusker sufre demencia, y está en el momento de la enfermedad al borde de perder el control sobre su vida, algo que siempre ha temido.
Sam, por su parte, hace lo posible porque sus vidas sean lo más naturales posibles. Han decidido hacer un viaje en autocaravana, recorriendo el campo inglés y visitando algunos lugares relevantes a lo largo de sus décadas de noviazgo. Junto a su perra, Ruby, visitan a amigos y pasan varios días en algunos de los paisajes más impresionantes que podríamos imaginar, de camino a un recital de piano de Sam (uno nuevo, su gran regreso después de retirarse).
Uno de los mayores aciertos de esta Supernova es rehuir constantemente las confrontaciones, la lágrima fácil, en favor de momentos de suavidad y ternura. Macqueen comienza el viaje al final de la relación de sus protagonistas y, aunque el tiempo va hacia delante, construye su historia hacia atrás: una de las primeras paradas de la pareja es el lago donde pasaron su primera noche juntos, donde Tusker, siempre impulsivo, le dijo a Sam que lo quería, donde durmieron abrazados en un coche diminuto.
Ahora duermen igual, abrazados, después de pasar largo rato mirando las estrellas. Queda claro que ambos adoran la naturaleza, y la forma en que Macqueen, junto al director de fotografía Dick Pope, los envuelve en los paisajes (de nuevo, realmente increíbles) se enhebra de forma simple e inadvertida en la narrativa. Porque Supernova, cuyo gran problema puede ser querer abarcar demasiados temas a través de una historia realmente sencilla, es en última instancia una película sobre lo pequeños que somos los seres humanos frente a toda una tierra, todo un universo. El plano que abre la película es de un cielo estrellado, y repetiremos esa imagen un par de veces más a lo largo de la cinta, y de nuevo en los créditos finales; el camino que Sam y Tusker hacen convierte su caravana en un punto cada vez más diminuto e insignificante. Las estrellas, sí, pero las montañas y los ríos y los lagos y hasta ese puente que les hace estremecerse al cruzarlo, estaban ahí antes que ellos y seguirán cuando se vayan.
El problema es que Tusker se va: la teatralidad de Stanley Tucci (que funciona de maravilla opuesta a una interpretación colosal y contenida de Colin Firth) no hace sino enfatizar el hecho de que realmente es una pena que su relación termine; Sam y él se quieren, tienen amigos y familia, a Ruby, hay posibilidades amorosas a la vista para su ahijada favorita, mudanzas, fiestas… y sin embargo, él se ve obligado a hacer planes en los que no va a estar.
Para eso es realmente ese viaje, para conectar a Sam a un mundo en el que él ya no existe, un mundo que estaba antes y que estará después, pero que va a sufrir una desgracia inconcebible, casi como si una supernova inundara cada rincón de su existencia. No se puede negar que estamos hablando de una película que termina buscando vaciar al espectador de lágrimas pero, como casi todo en la relación de sus protagonistas, lo hace con tacto, con cuidado, sabiendo que no puede alargar el momento porque un poco más de tiempo siempre sería necesario.