Bill Murray regresa a la cartelera, y a los premios, interpretando a un viejo excéntrico y cascarrabias, alcoholizado y nihilista cuyas principales inquietudes en la vida son las apuestas y el dinero fácil. Parece que Theodore Melfi, director y guionista de St. Vincent, haya creado el personaje de Vincent pensando constantemente en Bill Murray ya que, si algo tiene de magistral la película, es su interpretación, tan natural y que tan bien encaja con su personalidad.
Pero Vincent no es ni mucho menos el protagonista de la película. Su vida existencialista y sin demasiadas aspiraciones tenía que verse interrumpida por un personaje totalmente opuesto a él. Y el personaje perfecto para completar la pareja cómica protagonista de la obra es sin duda un niño, inocente, debilucho de gran corazón. Por circunstancias de la vida, Vincent acabará haciendo de niñera del niño de 12 años. Al principio con la simple intención de conseguir dinero y pagar sus deudas, pero a medida que pase el tiempo la relación de esta pareja se hará cada vez más fuerte, y bajo la fachada de tipo duro y egoísta de Vincent el espectador verá que se esconde una buena persona, que roza la santidad.
Cuando uno acaba de ver la película tiene la sensación de haber disfrutado con ella, llena de momentos divertidos y personajes entrañables, pero a la vez siente que la historia que le han contado ya la ha visto muchas veces. La obra no deja de ser una modificación muy acorde con la actualidad, de El chico de Charles Chaplin. Su estructura, sus clichés e incluso sus situaciones más divertidas o emocionantes se han repetido muchas veces a lo largo de la historia del cine. Sin embargo, esto no quiere decir que no funcionen, ya que lo hacen y de forma totalmente efectiva.
St. Vincent es una buena película con la que entretenerse un sábado por la tarde. Una buena película para reírse y disfrutar. Pero no es una película que vaya más allá, ni en el terreno de la historia, ni en sus mecanismos cómicos. Pero si existe un gran elemento positivo para esta película, son sus enormes interpretaciones. Si de algo ha de estar orgulloso Theodore Melfi es de la dirección de actores, ya que tanto Murray; como Jeaden Lieberher, el niño de 12 años (algo que no llego a entender es porque no aparece en el cartel de la película siendo uno de los principales protagonistas); como Melissa Mcarthy en el papel de la madre del chaval; y Naomi Watts en la interpretación intrigante de una prostituta del este, rozan la excepcionalidad.
En resumidas cuentas, St. Vincent es una película que narra una historia simple, que consigue sus objetivos de divertir y emocionar gracias a la actuación de su gran elenco de actores.
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