A través de una trampa fácil, pero no por ello menos inteligente, We are still here engaña a un espectador inocente que, tras ver los primeros minutos de metraje, piensa que está delante de una insulsa película de casas encantadas. Pero poco a poco el film se va transformando y adquiriendo una nueva forma hasta convertirse durante los últimos veinte minutos en una masacre gore que recuerda ligeramente a Tu madre se ha comido a mi perro.
Una pareja que ha perdido recientemente a su hijo en un accidente de coche se muda a las frías tierras de Nueva Inglaterra para superar la pérdida. Pronto llegan al nuevo hogar fenómenos paranormales que se vinculan a la presencia fantasmagórica del hijo fallecido. Tras los primeros minutos del film el espectador queda vencido y desilusionado tras verse delante de un relato prototípico de presencias espirituales cargado de una densa atmosfera dramática desesperante.
Pero la trama sufre un giro tras la llegada de una pareja amiga de la familia conectada con el mundo metafísico, que hará entender a los preocupados padres que los fenómenos proceden de la trágica muerte de la familia que construyo el hogar en el siglo XIX y no de su hijo. Tras este momento la película se vuelca hacia una batalla campal entre los espíritus, la familia y los habitantes del pueblo en un mismo espacio: la vieja casa encantada. We are still here se tiñe de sangre y venganza, dinamitando de una forma espectacular e inesperada. El espectador sale de la sala con un buen sabor de boca pero con la sensación de haber sido engañado y haber encontrado lo que quería quizás demasiado tarde.
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