Ya en 1924 Buster Keaton tuvo la gran idea de jugar con el concepto de metacinematografía, la reflexión sobre el cine a través del cine, con su film El moderno Sherlock Holmes. La forma más explícita de tratar este tema es a través de un personaje protagonista que se introduce en otra película dentro de la película. Keaton fue el pioenero en este sentido, pero esta idea se ha ido reproduciéndo a lo largo de los años con mucha frecuencia y el hecho de que los personajes traspasen la propia pantalla y sean conscientes de que están en una película nunca ha dejado de fascinarnos. Pero en muy pocas ocasiones estas obras llegan a aprovechar del todo su capacidad de analizar y descubrir los códigos cinematográficos a los que están sometidos. The final girls es una de las mejores excepciones ya que a través de la selección de un subgénero tan específico y con unos códigos tan claros como es el slasher, consigue introducir una capa que reflexiona sobre el funcionamiento del cine.
Años después de la trágica muerte de su madre, Max decide participar en un acto en el que se celebra su carrera como actriz y se proyecta su película más importante. Esta película se trata nada más y nada menos que de un slasher totalmente casposo. Durante la proyección de la película se produce un incendio y para huir de él Max y sus amigos traspasan la pantalla del cine. Por arte de magia aparecen en la película proyectada condicionando la evolución de esta. Para sobrevivir deberán enfrentarse al asesino en serie del film mientras Max intenta aprovechar la oportunidad de volver a reencontrarse con su madre. The final girls desenmascara todo el dispositivo del que parten los slasher y lo parodia a la perfección. Pero se centra demasiado en este aspecto y se olvida de desarrollar un conflicto menos evidente y que sorprenda al espectador. Aun así como película de humor funciona y como experimento cinematográfico (pese a tener una voluntad claramente comercial) también.
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