La película turca Baskin es hasta el momento la más sangrienta, virulenta y desagradable de las presentadas en Sitges. Los primeros minutos de metraje nos acercan a lo que bien podría ser un thriller policiaco con toques de humor. Pero a medida que progresa la historia la violencia y la sangre van convirtiéndose en las protagonistas. Baskin es una película de dos partes: una primera en la que se nos definen los personajes y las relaciones entre ellos y una segunda en la que se genera el conflicto y las escenas terroríficas. La primera carece de importancia e interés, mientras que la segunda genera las situaciones más morbosas que sorprenderán al espectador.
Un grupo de policías se adentran en una misteriosa casa llena de cadáveres putrefactos, arrebatos de locura y personajes satánicos. Poco a poco van introduciéndose más en ella hasta ser atrapados y llevados a una gran sala donde serán torturados por parte de un particular líder satánico. En los últimos veinte minutos de película explota un coctel de vísceras, sangre, mutilaciones, violaciones… que junto a la idea cíclica desprendida en el clímax, nos hacen entender que los protagonistas están en un inferno del que jamás podrán salir. Estéticamente esta última parte de la película es la que más interés despierta pero solamente desde un punto de vista estético. Argumentalmente la película deja mucho que desear, no solo por los huecos de guion sino también por el protagonismo que obtienen unas escenas oníricas situadas al margen de la historia principal.
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