Vivimos tiempos en los que las relaciones interpersonales y la definición de lo que es (y no) el género como constructo social se encuentran en constante metamorfosis. Y Tierra Firme no quería quedarse sin participar en el debate. Dejando de lado cualquier gravedad que le confierese un halo de trabajo difícil, hermético o pegado a los consabidos tics de autor que asolan gran parte de la cinematografía europea, Carlos Marques-Marcet abraza la comedia romántica postmoderna, ubicándola en inevitable entorno urbano pero dejando que sus personajes nunca puedan tener, en equilibrio, los pies sobre el suelo. Tierra Firme es una ‘road movie’ intermitente, en el que cambiamos las largas carreteras de la ruta 66 por el más cercano, geográficamente hablando, Támesis londinense.
Su historia la conocemos todos de sobra: una pareja de chicas cuya relación peligra debido a la necesidad de una de ellas de ser madre. Sobre todo, de serlo antes de que su propia madre fallezca, para hacer las pertinentes presentaciones. Mientras que Eva, interpretada por una más que solvente Oona Chaplin, ansía tener descendencia, Kat, soberbia Natalia Tena, piensa que todo esto le viene grande. Vive en un barco, sin aparente querencia por el suelo firme, sintiéndose libre al son que marcan sus ejercicios de running. Para desequilibrar la pareja entra un tercer personaje en discordia, Roger, catalán de nacimiento, que jugará un papel decisivo, unas veces querido, en otras ocasiones despreciado.
Carlos Marques-Marcet se afianza como un estupendo director humanista, más certero cuanto más liviano parece todo aquello que cuenta. Esos momentos, que pareciera que fuesen a desaparecer sin mayor trascendencia, en los que los diálogos fluyen de un modo vertiginoso. Quizás aún se encuentre algo titubeante cuando decide hundir las manos en el drama sin paliativos, o cuando tiene que decidir qué hacer con sus criaturas: sus incontables posibles finales acaban pasando factura y el cambio del punto de vista, por un momento, en su tramo postrero, hace que todo esté a punto de naufragar, como bien pudiera haberlo hecho el barco en el que el trío protagonista decide qué hacer con sus vidas. Afortunadamente, en el haber, nos encontramos con una historia tan viva, enérgica, espontánea y natural, que no dulcifica y que abraza, en ciertos momentos, la pura escatología, que el debe no termina por pasar factura.