Tierra de Dios, opera prima del británico Francis Lee, ofrece un retrato de la homosexualidad en los campos de Yorkshire tan naturalista como falto de garra, asunto que de todos modos no desagradará al gran público. La historia de amor de Johnny, un joven británico que ayuda a su familia en una granja, y el inmigrante rumano Gheorghe viene además con el aval del premio a mejor director en Sundance y el del público en Berlín, lo que nos hacía albergar esperanza a encontrar algo más arriesgado.
Tierra de Dios no elude ser explícita en sus imágenes y su planteamiento que desgraciadamente no pasa de ser el de un drama romántico donde son los propios personajes los que ponen impedimentos a la relación. La homosexualidad ya no es un tabú y ninguno de los personajes sufre por ello, lo que es de agradecer, y ni siquiera su entorno es hostil con la condición de los personajes. Esto hace de Tierra de Dios una cinta donde todos los personajes navegan desde unos conflictos mundanos (el padre que se preocupa de que su hijo se entretiene demasiado con su amigo rumano; la abuela que mira con preocupación la desintegración familiar…) hasta un final donde triunfa la comprensión y la aceptación de las decisiones ajenas.
Tierra de Dios se ve con agrado dentro de su académica factura pero no logra trascender ni en los detalles ni en los problemas a lo que se enfrentan sus personajes. Por tanto, su gran (y probablemente único) valor sea el naturalizar la homosexualidad de los personajes sin hacer un drama de ello, logrando una cinta para todos los públicos (si exceptuamos las explícitas escenas de sexo) en la que todo está en su sitio pero nada deja poso ni nos hace plantearnos sesudas reflexiones. Así, la referencia a Brokeback Mountain con la que se presentó en el Festival de Sevilla no deja de ser una mera cuestión ambiental y en ningún momento se acerca a la calidad de la película de Ang Lee.